Ranko Popovic: «Me quito el sombrero ante JIM»

El serbio recuerda cómo gestionó el partido de vuelta en Gerona para remontar por 1-4 el 0-3 que el Real Zaragoza había encajado en La Romareda, un partido épico, sin parangón en fases eliminatorias  en la historia del club

 

Ranko Popovic dejó en Zaragoza mejores recuerdos como persona que como entrenador. Seguramente, el técnico, puesto a elegir, se quede con lo primero pese a que en este duro tránsito de ocho temporadas por Segunda, fue quien más cerca estuvo de subir a Primera. La prensa en general (y yo en particular, disculpen que utilice la primera persona) vimos en él a un profesional demasiado novicio para semejante empresa, que tomaba algunas decisiones de complicada interpretación. Estuvo en el ojo del huracán sin rechistar, respetando la lluvia de críticas y, con el tiempo, explicando las razones por las que hizo algunas cosas que se le censuraban. Ni pretende convencer a nadie ni guarda un solo gramo de reproches. Todo lo contrario. El serbio agradece una y mil veces su experiencia en La Romareda, la gentileza con la que fue recibido en una ciudad que adora y donde residen su mujer y una de sus hijas mientras él sigue trabajando en Japón, en el Machida Zelvia, un modesto equipo que subió a la J2 y con el que persigue a medio plazo el ascenso a la élite.

El Real Zaragoza juega está jornada en Gerona, un lugar donde protagonizó, con Popovic en el banquillo, un episodio único en la historia del club aragonés por lo que se refiere a fases eliminatorias; posiblemente habría que bucear bastante en la biografía del fútbol europeo para hallar similitudes con lo que ocurrió aquel día en Montilivi. En la ida del primer cruce del playoff, el Girona venció 0-3 en el Municipal «en un partido extraño que jugamos bastante bien», recuerda el entrenador. «Cometimos errores puntuales y lo pagamos muy caro, pero me quedó la sensación, la certeza, de que aquello no se había acabado». Popovic, todo pasión, cuenta que entró al vestuario junto a la directiva y que el panorama era desolador. «Todos estaban hundidos, con la cabeza derrumbada entre las piernas y les dije, ‘pero qué pasa aquí’. «No era un juego psicológico por mi parte, sino que sentía que podíamos remontarlo. El resultado me quitaba todos los argumentos, pero insistí en que jugando así era imposible que perdiéramos dos veces en tres días. Vamos a ganar, les insistí, y me importa un huevo cómo. Vamos a meter el primero y el segundo, y aunque nos marquen uno, seguiremos buscando más goles. Me miraban con los ojos abiertos, medio incrédulos. Si no lo hubiese creído, ni hubiese viajado a Gerona».

 

Todo aquel discurso que le brotó del corazón y que la lógica aplastaba sin piedad el ánimo de una plantilla despedazada, había calado de alguna forma en el epicentro de la desolación. En la primera parte en Montilivi, el Real Zaragoza había igualado la eliminatoria. Wiliam José, a quien Popovic, obligado por la baja de Borja Bastón, había rescatado de su permanente aislamiento personal con largas y emocionales conversaciones privadas, marcó los dos primeros goles y Cabrera hizo el tercero muy cerca del descanso. En la segunda parte, Diego Rico se transformó en un ciclón en una lucha ciclópea por llegar hasta el fondo y servir el 0-4 al otro lateral, Fernández. Aday acortó distancias en un partido ya en alas de la épica, de ida y vuelta, con la pócima de Popovic inundando el partido que había visualizado.

«No puedo ponerme una sola medalla por aquello. Nunca lo he hecho en mi vida porque fue una cosa exclusiva de los jugadores», explica el preparador. «Eso sí, nadie el mundo me puede quitar aquel momento. No se puede pagar con dinero, no hay prima que compense aquella victoria«. Apenas 200 aficionados se habían desplazado para asistir a lo que resultó una heroicidad. «Estaban en una esquina llorando por el 1-4», recuerda el serbio, que relata algunas anécdotas posteriores a la remontada. «Cuando llegué mi casa en Zaragoza, los niños de los vecinos me habían preparado un recibimiento con globos y dibujos y exploté, me puse a llorar como un desconsolado. Una de esas personas me comentó que un amigo suyo que viajaba en el AVE de Madrid a Barcelona, telefoneó para preguntar por el resultado y al enterarse de que íbamos 0-3, se bajó en Calatayud, fue al bar más cercano y casi ordenó que le pusieran el partido en la televisión para ver lo que restaba». Considera que ese instante «sirvió en parte para despertar un zaragocismo que estaba muy dormido. Me habían contado que los niños ya no llevaban la camiseta del equipo después de muchos años difíciles. Creo que con aquel triunfo inyectamos algo de adrenalina en el corazón de los aficionados».

 

 

El Real Zaragoza vuelve a la lugar de los hechos siete años después de aquella proeza, esta vez camino de la salvación y de la mano de otro entrenador, Juan Ignacio Martínez, un profesional implicado en otra misión imposible al principio y tan próxima ahora gracias en parte a haber apelado también al sentimiento, a la corazonada más allá de negros presagios. «JIM me ha ganado por completo. Le tengo una gran admiración porque llegó en una situación muy grave que solo él creyó que fuera posible solucionar. Dice la gente que no tenía nada que perder, que venía de una liga inferior… Siempre hay algo que perder y desde luego tiene todos mis respetos. Merece el apoyo de todo y de todos y me quitó el sombrero ante él porque lo está consiguiendo con humildad y tranquilidad. Chapeau«.

Entusiasta, fogoso, ajeno a la pomposidad del entrenador estrella subraya que se mueve todavía «por la pasión. Yo jugaba al fútbol por amor propio, y sigo en él por las emociones que genera, porque me hace sentir vivo». Ranko se lamenta de que este deporte haya perdido gran parte de su espíritu romántico por la obsesión de robotizar al jugador en un contexto «de puro negocio», y defiende la originalidad sobre todas las cosas, «que el jugador interprete lo que le digo pero me sorprenda él a mí. Que se exprese en libertad». Sigue venerando a Ivica Osim, subcampeón con Yugoslavía en la Eurocopa de 1968, seleccionador combinado balcánico y entrenador del Sturm Graz, «donde coincidí con él cuatro temporadas, disputando la Champions en tres. Puso en práctica el fútbol que luego llevaría a la fama a Guardiola». De Miljan Miljanić rescata un momento imborrable en su memoria. «Copiar está prohibido, pero entender es obligado», le susurró entre clase y clase. «Aquella frase se me quedó para toda la vida».

Nómada (Tailandia, India, Japón, España, Austria, de nuevo Japón), luchador y seguro de sí mismo, con una guerra a sus espaldas que le curtió y le hirió frente a las incógnitas de a quién puedes perder en un conflicto bélico. «En la antigua Yugoslavia, donde las personas tienen un carácter muy perecido al español, aprendí a ser fuerte, a entender que el fútbol auténtico nace en la calle. También supe que nada duele como la soledad del entrenador después de la derrota… Siempre intento dar lo mejor de mí para quien trabajo y respeto todas las opiniones procedan de donde procedan porque en el fútbol todo el mundo tiene sus razones. Mi interés particular nunca está por encima del ningún club. El grupo siempre está por por encima del individuo». No estará esta vez en Gerona ¿O sí? Porque criticado o querido, siente el Real Zaragoza como algo propio. Así es Popovic, ese entrenador vehemente y sensible que hizo historia en un partido y se quedó a las puertas de la historia.

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