Es una locura lo que está ocurriendo en nuestro entorno durante estos meses y en esta permanente campaña electoral que une las elecciones municipales y autonómicas con las generales. En pleno final de la pasada liga y durante una pretemporada que está a punto de comenzar con los escándalos de Osasuna que han puesto en alerta a la UEFA, el asunto de Enríquez Negreira que cada vez es más oscuro, el deseo de construir un estadio de fútbol propiedad de la Federación enarbolada por Rubiales y el crecimiento de la popularidad del fútbol saudí con fortunas que, por ejemplo, no han sido tentadoras para Messi o Modric. Y de mi Zaragoza, como diría un aficionado convencional, ¿qué sabemos? Pues casi nada; que Zapater se ha marchado a un equipo del Atlético de Madrid en Canadá, que Sanllehí no ha comparecido para explicar la campaña de socios que tiene reminiscencias al ex capitán y con un Cordero que parece trabajar mucho pero que no termina de atraer a jugadores que alimenten el deseo de éxito de los seguidores blanquillos. Con el problema de la marcha de jugadores de la cantera que podrían haber sido valorados con un mayor interés por el equipo técnico de la primera plantilla.
El otro día leí que la industria alimenticia ya empieza a colocar en los productos de supermercado granulado de insectos. Que algunas asociaciones preocupadas por la naturaleza rechazan consumir vegetales porque, como los árboles, tienen sentimientos y sufren de estrés ante la voracidad vegana. O que se piensa en abrir un hueco entre los seres humanos y las mascotas con respecto al resto de los animales porque sustituyen a los hijos y no dan tantos problemas. Y que se va a protestar por llamar «hombre» y «mujer» a las personas fallecidas porque algunas eran de género diferente en vida. Y eso es un delito de odio post mortem. ¿Y nosotros nos preocupamos el Real Zaragoza? Será lo que los inversores quieran.