Somos Real Zaragoza

La esquizofrenia es un trastorno mental grave que afecta a la capacidad de una persona para pensar, percibir y comportarse de forma coherente con respecto a la realidad que le rodea. El nombre de esta enfermedad lo dice todo. Viene de unificar dos palabras griegas, schízein, que significa ruptura, fractura o escisión y phrên que es mente o razón. Es un diagnóstico psiquiátrico complejo, de carácter crónico, y que afecta al conjunto de la personalidad. Es difícil describir con palabras la ruptura de la estructura que nos otorga la identidad individual. Podemos estar tristes, darles vueltas a los problemas, sufrir ansiedad, tener miedos irracionales o perder la memoria por un deterioro cognitivo. Pero la ruptura de la personalidad va más allá de un área de nuestra psicología, afecta al todo que nos dota de unicidad ante nosotros mismos y ante los demás. Es el soy dentro del somos. Es la forma en la que los demás nos ven y clasifican. Somos como pensamos, y pensamos como somos, aunque actuemos por conveniencia, disimulo o para evitar ir a la cárcel si hacemos lo que ideamos cuando las ocurrencias vienen de las tripas. La esquizofrenia no se cura con psicología. Como mucho, podemos ayudar acompañando procesos de recuperación con psicoterapia. Pero no es posible mantener una comunicación coherente con un esquizofrénico. Necesitan medicación que impida unos brotes psicóticos que son graves, tanto para los enfermos como para las personas que les rodean. No sabemos las causas de una enfermedad que parece tener un sustrato orgánico y componentes de herencia genética. Se ha confirmado que el exceso de un neurotransmisor cerebral, como la dopamina, aparece relacionado con esta enfermedad. Pero deberíamos hablar de múltiples factores de todo tipo, también ambientales, que coinciden en la destrucción de la personalidad.
La esquizofrenia es la enfermedad que mejor define a nuestro Real Zaragoza. Palabras como escisión, ruptura y destrucción de la personalidad, son las que mejor explican el declive y la debacle que vive el club, tanto en lo deportivo como en su estructura de organización. Hay variedades clínicas de esquizofrenia. La de nuestro equipo pertenece al subtipo catatónico. En este tipo priman las alteraciones psicomotoras como la rigidez cérea que se identifica con la expresión de estos muñecos que tanto yuyu nos dan en los museos de figuras. Esta rigidez puede llegar hasta el llamado estupor catatónico, lo que produce al enfermo una incapacidad que le impide cuidar de las necesidades básicas más personales. Afortunadamente, hay una gran diferencia entre la patología real de esta dolencia y lo que vemos en el equipo blanquiazul. Sólo es contagiosa en el fútbol, no en la vida real. Por eso, tras cada partido, salimos idiotizados al finalizar cada encuentro que han (¿disputado?) los nuestros. Por mucho que haya avanzado la tecnología de la imagen, verlo en directo impresiona.
La jornada liguera en Primera División la protagonizó un parón de 15 segundos de todos los jugadores para protestar por la decisión de la “reina” de Tebas de trasladar un partido oficial a Miami. La Liga censuró las imágenes de la protesta en las emisiones televisivas. Ahora que vamos a cumplir 50 años de la muerte del dictador Franco, este simpatizante y votante de la ultraderecha en España que dirige La Liga, sigue el ejemplo de su padre político. Con lo que estamos sufriendo aquí, porque una parte de los que figuran en el club residen en Miami, estamos como para llevar nuestro fútbol de élite al país de Trump. Sí ese señor que quiere cargar de aranceles a todos los productos españoles, menos a los que tienen que ver con el balompié. En todo caso, el Real Zaragoza bien pudo haber estado mostrando su solidaridad con los clubes de Primera porque dio la sensación de mantener una huelga de botas caídas durante todo el partido. El letrero de la imagen televisiva se refería a la paz frente al genocidio del pueblo palestino con una frase que rotulaba las transmisiones: “compromiso con la paz”. Pero los jugadores locales ya descansaban en paz con sus compromisos.
Llevamos diez jornadas de liga y se me están acabando los diagnósticos y las conclusiones. Los adjetivos los llevamos repitiendo años y los enfados han dado paso a una fase catatónica de emociones. Los creyentes en el zaragocismo vamos al estadio como van los fieles a su iglesia, domingo tras domingo, a pesar de que han perdido la fe. Nos hacía ilusión ver en el campo modular a uno de los nuestros digerir y dirigir el equipo que le habían prestado, bajo fianza, para ver si el resultado le daba opción de rescatar algo de futuro en el monte de piedad que rige el destino del club. Pero fue imposible. El rugido del León se escucho en las gradas de animación y se vio al borde del terreno de juego, donde resistió vestido con la equipación deportiva Emilio Larraz. Al menos nos dimos el gusto de ver a uno de los nuestros llevar el escudo con dignidad. Los gritos que fueron arreciando, todavía con timidez, increpaban a los jugadores: “esa camiseta no la merecéis”. Aunque la queja más lógica debería ir dirigida contra la propiedad: este club, no lo merecéis.
Lo mejor de la tarde de fútbol del pasado sábado fue la tarde. No hubo otra cosa. Vimos un ocaso maravilloso en el cielo y otro penoso en el césped. Una temperatura agradable, un horario ajustado y una luz de puesta de sol que no requería de filtros de imagen para impactar. La naturaleza es sabia y puso colores idílicos a un espectáculo tenebroso. Lástima que, con el próximo y absurdo cambio de hora, sea más difícil ver algo de verdadera luz en el modular. Entre mirar al pánico del terreno de juego o a los dueños secuestradores del palco que estaba frente a nuestros ojos, elegimos mirar al techo azulado. No sé si por desesperación o para suplicarle que nos llevara lejos del agujero negro que estaba bajo nuestros pies. Al estadio modular sabes cómo llegas y sabemos cómo salimos. Entre apáticos y desesperanzados. Tenemos hasta ganas de enfadarnos por perder. Porque eso significará que hemos competido. En general, al estadio modular se accede mejor de lo que se huye. Da igual que hablemos de lo físico o de lo psicológico. Mientras se consumaba el desastre en el marcador, era consciente de que cada día vamos a caber mejor en el tranvía de vuelta. La mitad que resistimos la infamia del sábado hasta el final, no tuvimos demasiados problemas para escapar. Y eso que la huelga del tranvía anunciaba un próximo vehículo para más allá de los 20 minutos de espera.
Emilio Larraz eligió un mal día para dejar de soñar. Su imagen junto al banquillo, siempre de pie, era la de Hemingway. Parecía el viejo y el mar… de dudas que eran sus jugadores. Hay una foto a contraluz en la que vemos a Emilio como el capitán que se hunde con su barco, destellando más dignidad que la propiedad armadora del buque y que una marinería que no distingue babor de estribor. Se le entregó a un grupo de supuestos jugadores para que les hiciera aterrizar en el fútbol. Se le encomendó remendar un capítulo que habían escrito otros y que ahora se titulaba: “juega como puedas”. Pero esta película ya la hemos visto en el cine (Aterriza como puedas,1980). Emilio no iba en la cabina de mando, sino en el pasaje. Y al igual que Ted Striker, tuvo que coger los mandos tras la aguda intoxicación de pilotos y pasaje que sufrieron al ingerir los alimentos contaminados que habían adquirido los dueños de la nave. El pánico en el avión desata ataques de histeria. La escena de Paul rompiendo el monitor del VAR ya la vimos en esa película, cuando una pasajera grita desesperada: “quiero salir de aquí”. En ese momento nos imaginamos a un Akouokou que se ve incapaz de reprimir su frustración por haber llegado a este club sin desearlo. Veremos si hace efecto el tratamiento de electrochoque manual, a base de bofetadas en forma de sanción. Tras la expulsión, nuestro Hemingway maño ya sólo era “el viejo y el VAR”. El problema es que la comedia aérea de la disparatada película, que protagonizó Leslie Nielsen, se convierta en una tragedia llena de realidad.
Viene de nuevo entrenador Rubén Sellés. Su imagen a la llegada es la de un especialista oscuro en operaciones especiales. Lógico porque se va a mover en un mundo tenebroso. No sabemos si lo han contratado porque les han dicho a los dirigentes que es un Salvador. Cuando se enteren que sólo es su segundo apellido se van a reír.
La esquizofrenia desata episodios airados, si la medicación contra la psicosis no surge efecto o no se toma. Y la afición del Real Zaragoza no traga más promesas de un futuro que no existe, un mundial que no importa o unos negocios de especulación que son de los de siempre. Las fotos que han puesto en las redes y en las oficinas del club señalando a culpables y responsables, son directas y van a la zona más sensible del problema. La propiedad rojiblanca de Madrid se engarza en Zaragoza con un consejero del club que lo ha resistido todo y a todos: Juan Forcén. El amigo íntimo de Azcón, con quien comparte proyectos, viajes, fiestas y vacaciones fuera de España. Y no olvidemos que tanto Chueca en el Ayuntamiento, como Azcón en el Pignatelli, han fiado su futuro y su campaña electoral de 2027, exclusivamente a la imagen de un nuevo estadio de fútbol que estamos pagando todos los ciudadanos. Todos menos el club que ya va con retrasos e impagos. Ese es el punto débil de esta crisis. Para unos dirigentes que han fiado su futuro político a la construcción de la Nueva Romareda, es muy peligroso que cale y se conozcan las vinculaciones de su partido con un grupo que sólo busca el negocio y a quien le importa muy poco el Real Zaragoza. Esa simbiosis en las que las fotos de Azcón y Chueca junto a Forcén, Aguilar y Mas servían de ayuda mutua, yo te doy un estadio nuevo para la foto electoral y tú me facilitas el negocio desde el gobierno y el ayuntamiento, ahora quitan votos. Este temor a una movilización que pueda llegar a las urnas es la única posibilidad de cambio. En un tema, de los pocos que hoy quedan en este país, que nos une a los que pensamos de diferente manera, pero nos une el mismo sentir zaragocista. Ayer el presidente Azcón ya se ponía la venda antes de la herida. Dijo que la afición no debía estar preocupada porque el campo nuevo se construirá, aunque el club se hunda. Se hizo el despistado porque él sabe mejor que nadie que ese no es el temor que sentimos los zaragocistas. Ni nos interesa el Mundial de 2030, ni nos preocupa el nuevo campo. Nos encantaría celebrar el ascenso en el modular o mantenernos vivos en un campo de tierra. Porque lo de volver al pasado de Torrero es un círculo peligroso que se cierra más cerca del cementerio que de aquellas gradas gloriosas que forman parte de nuestra historia en el fútbol profesional. La salida de los actuales propietarios, la venta o la nacionalización zaragocista de un club, que en su estructura está más fuera que dentro de Aragón forman parte de las únicas alternativas reales, aunque no demasiado viables, para acometer el cambio que se necesita.
Mientras, los aficionados seguiremos defendiendo el escudo del León. Lo haremos con un himno que nunca había identificado tanto a los aragoneses de Zaragoza con su club. Somos, de José Antonio Labordeta, es la mejor expresión emocional de nuestro sentir. Porque seremos, y somos en el Real Zaragoza como…
esos viejos árboles/batidos por el viento/ que azota desde el mar
Hemos perdido compañeros/ paisajes y esperanzas/en nuestro caminar.
Hemos perdido nuestra historia/canciones y caminos/en duro batallar.
Somos/igual que nuestra tierra/suaves como la arcilla/duros del roquedal.
Vamos/a hacer con el futuro/un canto a la esperanza/y poder encontrar
tiempos/cubiertos con las manos/los rostros y los labios/que sueñan libertad.
Somos/como esos viejos árboles

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