Una profecía autocumplida es una predicción que, una vez hecha, es la causa de que se haga realidad. Es una paradoja que define la lógica de la irracionalidad. Si a una situación imaginaria se le da credibilidad de poder ser cierta, dicha situación tiene efectos reales. Es la tesis teórica que sustenta buena parte de las creencias en adivinos, astrólogos y demás vividores esotéricos. La buena gente que acude a sus servicios acepta sin rechistar las premoniciones por las que pagan, de forma que les otorgan unos visos de credibilidad y certeza, que terminan haciendo por sí mismos, lo que les habían anunciado que iba a ocurrir. Por muy absurda que suene esta estafa, viene ocurriendo así desde tiempos inmemoriales. Y funciona. Lo vemos más a menudo en las supersticiones. Nos ponemos una determinada prenda, o ejecutamos un ritual, porque sabemos que así el examen nos saldrá mejor. Si el día que nos presentamos a la prueba nos hemos olvidado de llevar puestos nuestros diferentes calcetines rosas y amarillos, ya hemos suspendido antes de comenzar a escribir. Se pueden imaginar la cantidad de comportamientos, supersticiones, creencias y rituales que, tanto aprendidos como inventados, desarrollamos en cada actividad diaria.
Llegaba el Real Zaragoza al encuentro del lunes con menos ansiedad, pero con más tensión. Sí, es posible tener poca ansiedad visible y, al mismo tiempo, sentir un exceso de tensión muscular que agarrota las extremidades y la toma de decisiones. Es lo que vimos sobre el césped. Los blanquillos estuvieron más liberados frente al Valladolid porque no tenían mucho que perder. Pero a la hora de repetir presencia en su casa, la exigencia de victoria condicionaba sus movimientos y reacciones en el regreso al modular. Vimos un equipo que quería y podía llevarse la victoria, pero que sabía que no iba a ganar. Y esta profecía se fue cumpliendo en el lento circular del balón, y la multitud de pases de seguridad mutuos ante tanta inseguridad común. Las señales divinas confirmaron los temores de la escuadra blanquiazul. La preciosa puesta de sol que pudimos contemplar desde las gradas nos deparó un atardecer tan naranja como las camisetas de los manchegos. A estos fenómenos naturales se sumaron otros, sobrenaturales, que acabaron por confirmar a los locales que la victoria no era de su mundo. Los inquilinos del VAR hicieron sonar su campana apocalíptica para avisar al colegiado de que el penalti y el gol no eran de su agrado. Estos “tacañones” del fútbol estuvieron tan iluminados, que vieron movimientos humanos que desafiaron la ley de la relatividad de Einstein. Un brazo pecaminoso que escondía su movilidad con rapidez, tras un toque furtivo, de repente se movió de forma inversa para demostrar que estaba quieto. Pepe Sánchez, el defensa foráneo, se convirtió en el muñeco diabólico al que el exorcista de Ávalos Barrera no quiso curar. Más tarde, en la jugada del gol que traspasa la línea, el lío de trigonometría en el que se fundieron las líneas hubiera requerido, para su resolución, a los profesionales de ingeniería que lindan con el campo de fútbol. Entre tiralíneas y tirabuzones, la autoridad que desVARiaba usó, para demostrar el fuera de juego de Saidu, el famoso teorema de la recta astuta que estudiamos en la facultad: tres puntos no alineados, se unirán en una recta (del fuera de juego), siempre y cuando ésta sea lo suficientemente astuta. Con tanta profecía autocumplida, los espectadores no íbamos a ser menos, y los ánimos se resintieron. Más desánimo que enfado. El ánimo suele tener más combustible que la ira, afortunadamente. Y son demasiados años de frustración para generar rabia nueva.
La actitud inquebrantable al desaliento se percibe en la previa de los alrededores. Ya sea en comitiva articulada, rodada o caminada, la llegada al templete maño es todo un espectáculo. La cita en día laborable tuvo un toque de rito pagano al estilo Lugnasad. Esa festividad gaélica con la que se celebra la despedida del tiempo de luz y la aproximación del otoño con su cosecha de bayas (aquí el rito se funde con la vendimia). Quizás eso explicaba la soledad del DJ que con su camiseta de calentamiento amenizaba a un público que le daba la espalda a su arte y volvía su cara a la cerveza. Otra opción es que contraten al cura Dj, el padre Guilherme, que nos trae Natalia Chueca para que los Pilares sean unas fiestas Voxpulares. Siendo un ferviente militante provida, puede que nos haga olvidar la eutanasia futbolística en la que pensamos tras cada partido. En fin, que no desespere el animador habitual, que llegarán otros climas que nos harán suspirar por tener su carpa dentro del campo y algo de calor, aunque sea el de la voz del speaker. La versión que puso de la famosa canción de Ricchi y Poveri, “Será por qué te amo”, explicaba perfectamente qué hacíamos allí más de quince mil zaragocistas apoyando a un equipo que sólo nos da disgustos. Curiosamente, unos pocos más que el sábado pasado, a pesar de ver buena parte de la tribuna preferente con amplios huecos. Por cierto, el lunes se vino arriba la voz oficial y mejoró el tono. Sería porque ha conseguido que el videomarcador se convierta en una pantalla de karaoke. Si consiguen que nos aprendamos la letra, puede que los ecos de apoyo fulminen con su potencia la amenaza de cualquier falso profeta. Se agradece el lenguaje inclusivo en la cartelería y para que todos nos sintiéramos cómodos, el texto ponía alé. Cuando pasen el corrector y vean que no lleva acento…
El duelo de entrenadores fue desigual. El titular visitante tuvo como castigo ver el partido desde una de las escasas localidades cubiertas. Y su segundo, se pasó el encuentro hablando sólo o rezando para no encajar gol. O le funcionó, o eran los cascos inalámbricos con los que hablaba con su jefe. Al menos vimos a un entrenador con vestimenta deportiva. Resultó sospechosa la confabulación de bigotes entre el árbitro y Enrique González. El Caballero de negro lucía un clásico “guardia civil” que ejercía con la autoridad de ponerse ligeramente de puntillas tras cada tarjeta, como si fuera una multa de tráfico. El mostacho del segundo del Alba, era más propio de un lord inglés que se había olvidado el batín en el vestuario. Gabi, sigue con su descuidada barba de chico bueno, pero con la mirada de pensamiento malo. Sigue de negro y quizás haya llegado el momento de cambiar el luto para el viaje al continente africano. Nuestro míster estira cada día más el mentón y abre unos ojos que nunca alcanzarán a sus cejas, por mucho que las persigan. Bajó serio del autobús y se fue más serio despotricando de los forenses futbolísticos. Pero el cuerpo sigue sin dar señales de vida victoriosa y se mueve más por impulso que por pulso.
Es difícil entrenar a un equipo chiclé. En unas zonas tiene sabor, en otras está más o menos moldeado y, depende cómo mastique, tiene sus durezas. Pero el caso es que es imposible que haga una pompa y resulta difícil de tragar. Al comenzar parece una chuche, sabe mucho pero sólo aporta calorías insustanciales. El caso es que el entrenador madrileño no tiene claro si podrá asistir a las fiestas del Pilar. Dependerá de los regalos que nos traiga de Ceuta y Vitoria. El desastre arbitral no esconde carencias y errores de planteamiento. O Gabi supera su tensión futbolística no resuelta con Bazdar o lo que sufrimos los espectadores lo acabará pagando él. Todas y todos los zaragocistas le lanzamos a Gabi el mismo grito que le soltó Luis Moya a Carlos Sáinz cuando su coche se detuvo, poco antes de la meta, en el rally de Gran Bretaña en 1998, y estaban a punto de ganar otro campeonato mundial: ¡trata de arrancarlo, por Dios! Pero la divinidad se lleva mal con la mecánica y triunfó la Ley de Murphy (si algo puede salir mal, saldrá mal). Y un consejo. Si en lo deportivo has conseguido formar un póker de parejas de autoapoyo en la plantilla, tendrás que usarlas. Kodro y Bazdar serán mejores futbolistas, y más efectivos, si aprovechamos su mutua solidaridad vasco-bosnia. Al igual que Saidu y Aukoukou, que suman fortaleza y calidad que tendrán que generar más creatividad ofensiva que control defensivo. Otros dúos de futuro son el que forman Pau Sans y Hugo Pinilla, todavía por maridar, con el descaro como patrocinador. O el de Insúa y Rado, con la experiencia de promotora, al que le viene bien el contrapunto juvenil de Adrián. ¡Tenemos un posible repoker en la mano y jugamos de farol sin atrevernos a ver la apuesta de los rivales!
El síndrome de la profecía autocumplida se puede contrarrestar con el llamado efecto “Pigmalion”. Es decir, la potencial influencia beneficiosa que ejerce la creencia de una persona en el rendimiento de otra. Sentir apoyo de un semejante te hace cambiar una expectativa negativa de fracaso por otra positiva de éxito. Si Gabi quiere y sabe engarzar sus dobles parejas para generar un efecto de apoyo que supere las amenazas que hoy atenazan a los jugadores, podrá obtener un mejor rendimiento. De hecho, va a tener más importancia la sociabilidad gratificante que el rendimiento físico. Así, la ansiedad se elevará lo suficiente, pero no demasiado, para obtener el punto óptimo de activación que permita lograr objetivos individuales y de equipo. Este es el reto del equipo para sus próximos viajes.