La presión del público en los últimos partidos en La Romareda ha sido clave para acelerar los tiempos en los cambios en el Real Zaragoza
Las SDA han desplazado al aficionado a la platea del teatro para intentar convertirlo en un mero espectador de las especulaciones de todo tipo de personajes que priorizan su propio interés tras una cortina de grueso e impuro humo. No tienen la menor desfachatez en presentar al seguidor y al abonado como piedra angular de sus proyectos, pero la realidad es que se les trata con un mero instrumento de acompañamiento. Las campañas de captación, publicitadas desde la fibra emocional, persiguen ese capital humano con el objetivo de reforzar los presupuetos con sus aportaciones. Una vez realizado el ingreso, el público pasa al fondo del escenario y está obligado a asistir a la obra sin rechistar. Le guste o no. Le parezca estupendo o un sindiós, como ocurre temporada tras temporada en uno de los clubes del panorama nacional peor tratados por sus diferentes dueños, el Real Zaragoza. Pese a ese papel de extra que en ocasiones ha representado entre el hastío y agotamiento por el ninguneo y en otras ha mezclado quejas más o menos sonoras como el popular Minuto 32 contra la gestión de la Fundación, esta vez sí ha sacado el viejo fusil para ser determinante si no en la destitución de Miguel Torrecilla y Juan Carlos Carcedo sí para acelerar los tiempos de un cambio tan rotundo como necesario.
Desde el mismo momento en que se percató de que el proyecto deportivo se desmoronaba aun con la nueva propiedad de por medio, se hizo escuchar en el estadio. Ya nadie engaña a la afición del Real Zaragoza, ni a las antiguas ni a las recién llegadas generaciones. Ambas van de la mano por una década de castigo bíblico, trufada de falsos profetas y promesas incumplidas. La renovación de Torrecilla, una afrenta en toda regla, le provocó un pavor confirmado con el paso de las jornadas y la reincidencia en la falta de gol, y a Carcedo se le concedió el beneficio de la duda hasta certificarse que era un técnico atrapado en sus múltiples vacilaciones. Comenzó a pedir con insistencia sus destituciones mientras Raúl Sanllehí vacilaba al tratarse de un par de profesionales en los que había depositado su absoluta confianza y elogios superlativos fuera de tono y de mesura.
Si hubiese sido por el director general, estas rupturas todavía no se habrían producido, sobre todo la del entrenador. Esa atmósfera cada vez más irrespirable para la directiva pero sobre todo para el equipo solicitando los relevos ha resultado fundamental para el club abra las puertas en busca de aire fresco en la administración deportiva. Por primera vez en mucho tiempo, el aficionado ha saltado sin contemplaciones de su butaca al campo de batalla para exigir medidas urgentes, para ser protagonista. En este contexto de labor cumplida y de expectativas hacia las novedades, el hincha ha sido un fuera de la ley para defender al Real Zaragoza del peligroso inmovilismo frente a los palpables y constantes errores. Aunque sólo sea de vez en cuando, que la afición se rebele con ferocidad y razones indica que no todo está perdido, que la grada sigue siendo refugio de justos y sabios. No sólo de quienes pagan y callan.