Zapater y el baile de Lázaro

Alberto Zapater siempre nos reúne alrededor de un balón y del escudo para decirnos que aún es útil, que puede con todo, que si le reclaman, acude así el cuerpo, a quien dejó de escuchar hace tiempo, le pida quedarse atado a la comodidad de un hogar y una vida lejos de los estadios. Desde que regresó del infierno físico para incorporarse a este Real Zaragoza que siempre contempla con ojos de terco enamorado, demostró que Lázaro no le llega ni a las altura de los botines de la resurrección. Pero corre el tiempo, inexorable, en su reloj biológico y ha pasado a un plano en el que no pocas veces le recomendamos que ya entregó lo suyo, que ha cumplido, que no sufra más en el campo y estropee su imagen. Pero él insiste, con el egoísmo intrínseco a todo futbolista, con un compromiso exacerbado, en participar en una cruzada personal. Contra el Mirandés alcanzó al área con toda la ventaja del mundo, para marcar, y se le cayó el mundo encima por falta de velocidad. Apenas un fotograma después, volvió a emerger desde la segunda línea, esta vez como un rayo, y disparó a la cabeza de Lizoaian. Se marchó del campo, sustituido por Francho, con las carnes abiertas por el esfuerzo tras una partido notable. Días antes, completó 60 minutos con botas de siete leguas ante el Rayo, todo un espectáculo. Para ganar al Tenerife completó el encuentro de cabo a rabo, y en Oviedo aguantó casi una hora después de once jornadas consecutivas sin ser titular. Volvió para sustituir a Francho, ausente por covid, y ahora ¿quién le echa aun con aceite hirviendo? Todavía tiene la esencia de jugador de Primera en muchas formas de interpretar los partidos, a cada segundo más inmenso sin la intensidad que muchas veces exige el guión. Recupera a moros y cristianos con su corazón, y JIM trabaja para administrarlo en un centro del campo donde tampoco el resto de sus compañeros son portentos de la naturaleza. Yo ya me he perdido con Alberto Zapater. Le vi marchar hacia la retirada, más tarde hacia el ocaso y asistí a su adiós jamás oficial sino intuido. Pero sigue aquí, como un viejo árbol bajo cuya sombra en tiempos sombríos se refugia el Real Zaragoza. Intuyo que bailara sobre mi tumba, lo que supondría un gran honor viniendo de Lázaro.

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