Por qué el Real Zaragoza corre mucho y mal

El corremos mucho y mal que tan popular se ha hecho estos últimos días y que salió primero de boca de Juan Ignacio Martínez tras el partido contra el Ibiza y después de las insinuaciones nada subliminales de Íñigo Eguaras al acabar el encuentro en Pucela, desató una tomenta ya controlada dentro del vestuario, donde las palabras del centrocampista sentaron como un tiro. Hubo rectificación inmediata del navarro y explicación posterior a sus compañeros. Ambos, técnico y jugador, tienen razón: el conjunto aragonés se esfuerza y no escatima kilómetros ni calambres en las piernas, pero las razones por las que su sacrificio no halla recompensa tienen sus explicaciones. Ambos, entrenador y futbolista, son partícipes directos, junto al resto del equipo, de que las distancias recorridas se traduzcan en un ejercicio inútil para el resultado final. Existe un patrón de juego, un dibujo, si bien las piezas elegidas lo ejecutan mal, a destiempo, con una desorganización monumental en la ocupación de los espacios y en titánicas peleas individuales que sólo generan una constante sensación de anarquía.

Se permite pensar al rival y que elija el pase con comodidad

Tomando el encuentro de Valladolid como referencia más cercana aunque con similitudes con el del Ibiza, una de las cuestiones que hace que el Real Zaragoza gaste energía en vano es que en demasiadas ocasiones sus dos pivotes, Eguaras e Igbekeme, dejan ingentes puertas abiertas a sus espaldas. Primero porque no acuden a la presión con sinceridad, y segundo porque la lentitud en el repliegue de los dos es flemático. Óscar Plano, Toni Villa y Weissman saltando a la parcela de tres cuartos para crear superioridad, se dieron un festín sin oposición, con Jair y Francés forzados a medir sus intervenciones para no perder la posición sin ayudas del navarro ni del nigeriano. Las pérdidas constantes de un Igbekeme atrofiado con el balón en los pies, sumadas a la indolencia de Bermejo en el cuerpo a cuerpo, provocaron que el conjunto de Pacheta emprendiese en libertad constantes aventuras ofensivas sin llegar a traducirlas en claras ocasiones de peligro. Al disparo lejano de Javi Sánchez, un defensor, que se transforma en el primer gol, Azón llega tarde para cerrar el pasillo que se crea el central.

El Valladolid se apropia del juego entre líneas y de los espacios a la espalda del centro del campo

En esa media hora de partido, el Valladolid saltó la línea de centrocampistas con auténticas praderas despejadas para lanzarse por velocidad y precisión. Esa agonía zaragocista tuvo una tregua con un par de detalles de calidad de Eguaras, que no había aparecido hasta ese momento, pero sobre todo con un futbolista que realizó un trabajo magnífico ensombrecido por la parsimonia general. Mientras Gámez era el único que replicaba por su banda como exclusivo argumento ofensivo, Francho lo acaparó todo: pelota, ofrecimiento, control y llegada en esa pared con Eguaras que inició y terminó el canterano con la asistencia que Azón no supo convertir en gol. El centrocampista ocupó todas las posiciones en la medular, como volante derecho, izquierdo tras la entrada de Adrián y en alguna ocasión aislada por detrás del delantero. Fue quien más corrió y el más veloz de los dos equipos, según las estadísticas. Su labor quedó en un segundo plano visual, pero en el mapa táctico hizo un derroche espectacular.

Los delanteros del Pucela se suman para crear superioridad en la medular

JIM quiso arreglarlo con la entrada de Álvaro Giménez y Borja Sainz, mientras Narváez se tomaba el asunto como algo personal, con conducciones excesivas, muy propias de quien se siente con la autoridad absoluta para resolver lo que los demás no pueden. La reacción muy inteligente de Pacheta al meter a Fede San Emeterio y retirar a Sekou Gassama para sedar una posible reacción del Real Zaragoza tuvo su efecto, coincidiendo con el declive físico de Eguaras y la puesta en escena de Adrián y Petrovic, dos futbolistas incapacitados, sobre todo el serbio, para imprimir el ritmo que pedía el encuentro. En un mal pase de Chavarría, Petrovic, como en la primera parte habían hecho Eguaras e Igbekeme, volvió al ralentí, asfaltando una autopista ya sin el omnipresente Jair para que Toni Villa se saltará todos los peajes y marcar el segundo tanto.

Las pérdidas constantes provocan un  sobreesfuerzo en el repliegue

El Real Zaragoza corre mucho pero muy mal porque lo hace casi siempre hacia atrás o en horizontal, víctima de un centro del campo sin el menor grado de agresividad, incapaz siquiera de frenar al rival con faltas tácticas, en nada participativo como segunda línea atacante y moroso tras la pérdida. Salvo Francho, cuya generosidad e interpretación se evaporaron en la derrota, el resto de los centrocampistas trotaron sin brújula, rescatados en no pocas ocasiones por la eficiencia de Francés y Jair. Juan Ignacio Martínez tiene un grave problema en un terreno que exige velocidad mental y física, no sólo un tranco insustancial hacia ninguna parte.

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