Conan Bakis

Competir significa que sabemos repetir bien lo que hemos entrenado. Es una frase que utilizamos en el deporte, y que no solemos aplicar en la vida. Estudiamos para aprobar y cogemos experiencia para trabajar.  Pero nadie se entrena para vivir o para disfrutar. No existe una asignatura del gozo, ni un gimnasio de la felicidad. Quienes hacen ejercicio, por salud propia o por envidia ajena, sufren para llegar a su puesta a punto. Lloran de sudor y pagan con fervor por sentirse a gusto con la percha que acompaña a nuestra personalidad. La repetición agota y los sacrificios acogotan. En un tiempo que no tolera esperas, las dietas milagro son un riego para la salud. Da igual que hablemos de comida, de consejos psicológicos de autoayuda, de fórmulas de enriquecimiento rápido o de fútbol. Hacer bien algo que gusta es satisfactorio. Hacer lo obligado, sin que nos interese, es odioso.

Nuestro cerebro identifica dos tipos de fatiga. La que llamamos recuperable y la que identificamos como irrecuperable. Quienes deseen profundizar en este apasionante tema les recomiendo los estudios publicados en la revista Nature Communications sobre los estudios de Müller, en el año 2021, al respecto. Sus investigaciones sobre los mecanismos neuronales de la perseverancia sugieren que estos dos tipos de fatiga basada en el esfuerzo pueden reducir la disposición de una persona a esforzarse para obtener una recompensa; el primer tipo de fatiga a corto plazo es «recuperable» después de un descanso, mientras que el segundo tipo de fatiga, a más largo plazo, es «irrecuperable». En resumen, “que la voluntad de trabajar puede caracterizarse por compensaciones de costo-beneficio, donde el valor de una recompensa se descuenta subjetivamente por el esfuerzo requerido para obtenerla». Es decir, que «estamos dispuestos a trabajar cuando consideramos que el valor de una recompensa merece el esfuerzo que tenemos que hacer para obtenerla».

Esta valoración de la relación entre el cansancio de entrenar y la satisfacción de la recompensa determina el punto de competitividad de cualquier equipo. No se trata de algo que afecte sólo a la esfera deportiva. Lo vemos a la hora de estudiar, de buscar empleo o de obtener un resultado que parece inalcanzable. La adecuada valoración para saber el momento en el que no merece la pena agotar una energía que puede ser muy necesaria en otro intento o en otra fase de una tarea, o para arriesgarse a seguir intentándolo sin caer en el desánimo, es una cuestión de relevancia. Los excesos de insistencia pueden ser tan desoladores como la ausencia de iniciativa para volver a intentarlo. De hecho, podemos engañar al cerebro con la búsqueda de metas similares que nos permiten seguir acercándonos al objetivo real sin sentir una fatiga irrecuperable. Veamos un ejemplo que utilizamos en el fútbol base. Ante un agotamiento del grupo, podemos fijar el objetivo de forzar más saques de esquina que en otro partido anterior o que en la primera parte. No queremos que marquen más goles ni que ganen, sólo algo más fácil y ejecutable que no hará que el cerebro de nuestros jugadores lo perciba como una tarea titánica a la que se rendirán por sentir una fatiga irrecuperable. Si no se llega en un ataque, lo harán en el próximo. Es una fatiga recuperable. Y puede que, en algún córner, marquen gol. Objetivo conseguido.

El Real Zaragoza ha conseguido cambiar ese agotamiento, que percibía como inevitable, por un esfuerzo reutilizable. Lo mejor es que fue capaz de mantener el esfuerzo, y conseguir algo positivo, a pesar de las ausencias forzadas con las que comenzó la jornada. Transformar la ansiedad ante unas bajas, por una posible dependencia individual, es una responsabilidad de grupo que contribuye a mejorar el rendimiento del colectivo. Gracias a esa mentalización se mantiene una activación que da oportunidades. Si no puedes ganar por calidad, compite por motivación. Quizás ahí está la solución. En ese sentido, los de Sellés fueron divertidamente aburridos. Insistían con poca efectividad con un fútbol malayo que iba horadando la piedra burgalesa. Se acercaban con poca fortuna, recibían un tanto en contra y seguían dándose de bruces contra la meta contraria. Acabaron a palos con la paciencia del rival, antes que con la suya. Tiene mérito.

Nuestro equipo necesita seguir pedaleando, aunque no avance demasiado, porque en el momento en que se detiene acaba por los suelos. Su trabajo ni es artesanal ni es dominante, sólo persistente. La meta de sacar un córner es lo que le puede llevar a perforar la red del adversario. En casa cuenta con el apoyo de la afición local. Pero fuera, los zaragocistas derritieron la nieve castellana. Los que llevamos decenas de años siguiendo al equipo hemos visto comportamientos indignos y cobardes de dirigentes y responsables políticos. Pero este año es de récord. La alcaldesa Chueca y el presidente Azcón huyeron de aquél comprometido encuentro en nuestra casa frente al Huesca. No le convenía a los líderes del PP volver a retratarse juntos con su amigo Juan Forcén, ahora que cobra más peso en la entidad blanquilla. Lo inaudito es que viéramos al señor Azcón animando al Huesca desde el palco oscense, con esa soberbia que le caracteriza, despreciando a la afición blanquiazul. Él se lo pierde.

Creer no es una cuestión de fe, sino de trabajar. Si buscamos milagros cosecharemos frustraciones. Si trabajamos por obtener un cuscurro de pan, será más factible y honesto tenerlo, que pensar en la multiplicación de los panes y los peces. Por eso la estrategia de convertir la fatiga irremediable con la que nació este equipo en agosto, en un cansancio recuperable, puede dar sus frutos. Al menos mientras no tengamos otros árboles que den mejores viandas. Hacen falta, porque no sólo de reiteración vive el futbolista. La calidad y el entrenamiento es el mejor fortalecimiento. Así que esperemos que el año nuevo nos traiga lo que merecemos y no lo que nos dan la pandilla de okupas que han alquilado nuestro León. Quizás un día podamos sustituir la ilusión de no ir a peor por la de volver a ser los mejores en una liga digna de esta afición.

El trabajo que vimos en Burgos tuvo una recompensa merecida, casi escasa, para lo que trabajaron los nuestros. Pero menor de lo que necesitamos para respirar. Ya no somos los últimos. Un pequeño paso para la afición, pero un gran paso para estos futbolistas atrapados por un presente tan pasado. Rubén estaba contento. Sonrío como nunca, aunque puntuó como últimamente lo hace. Felicitó las fiestas y el gesto de alegría en la comisura de sus labios llegaba hasta sus dos entrantes capilares, con los que hacía juego. Todas y todos nos volveremos a leer y animar en 2026, que rima con salvaréis. Además, marcó uno de los suyos, que es otro de los de Sellés. Cuando ya se acercaba en nuestras cabezas y en nuestros gestos un fin de año en el cotillón del último infierno, llegó un turco con trazas de rudo germano para descorchar un disparo de alegría, sin ni siquiera agitar las burbujas de su bota. Qué bien supo su última mala uva, antes de que las campanadas convirtieran a este carruaje de equipo en un cortejo fúnebre. Menos mal que cambiamos el título de la película y pudimos ver: “Tres palos y un festival”. Y es que Sinan dejó olvidado en su nombre el fútbol “Sin” para ser un goleador “Con”. Estuvo bárbaro este “Conan” Bakis.

 

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