Cuando pareces la bestia pero eres la bella

El Real Zaragoza no tuvo el balón pero creó más peligro y en la defensa colectiva estuvo impecable. El Mirandés le goleó en posesión mientras el equipo aragonés se impuso en eficacia y, lo más importante, en el marcador

El Real Zaragoza realizó un partido imposible de presentar como ejemplo de espectáculo. No será revisado en ninguna escuela de fútbol y los museos prohibirán la entrada al engendro que creó en el taller de los horrores. Nadie en su sano juicio, salvo algún retorcido sadomasoquista, pagaría por alcanzar el placer de la victoria bajo el látigo del sufrimiento más extremo. Pero ese equipo inadmisible para los cánones de la sublime y de quienes sufran cardiopatías zaragocistas, fue mejor que el Mirandés, que se enamoró de sí mismo con un tan espléndido como improductivo monólogo. No solo fue superior porque lo diga el triunfo, sino porque lo consiguió agigantando sus pequeñas virtudes y porque generó más ocasiones pese a estar sometido por los burgaleses en la posesión de la pelota (70% por 30%). El Mirandés jugó con el balón; el Real Zaragoza administró su minifundio para recoger el mejor fruto: tres puntos que permiten a sus pulmones y a su cabeza respirar sin tantas angustias aunque en su camino a la salvación es muy probable que, como ya ha hecho en anteriores ocasiones, le sea imposible desprenderse de padecimientos y torturas, sobre cuyo potro cabalga en cada encuentro.

El narcisismo del Mirandés le alcanzó para darse un espléndido festín muy lejos de la portería de Cristian. Sus pies generaron 605 pases por 257 del equipo de Juan Ignacio Martínez; dio 521 pases precisos por los 182 del equipo aragonés y fue más certero en los centros largos (62% por 42%). Su desparpajo haciendo circular el balón, combinando y precisando sus maniobras le convirtieron en una constante amenaza, pero más virtual que real. Porque el Real Zaragoza tiró más y encontró en más ocasiones la portería de Lizoain; porque tuvo cuatro oportunidades claras para marcar (tres más que su rival) además del penalti fallado por Alegría; porque protagonizó dos contragolpes por ninguno del conjunto de José Alberto y porque lanzó once veces dentro del área por las seis del Mirandés. El peligro lo anunciaron los jabatos pero lo ejecutó poco pero con suficiente acierto el equipo aragonés. Cristian vivió una de sus noche más tranquilas y Lizoain acabó de los nervios.

Zapater y Eguaras, dos mediocentros de corte defensivo, estuvieron muy cerca de marcar. También Chavarría, y en la recta final Sanabria y Francho acariciaron el gol que acompañara el solitario tanto de Peybernes. Robó o recuperó y se puso a correr, nada que ver con el afán tejedor de los muy jóvenes artesanos de José Alberto, cuya fina aguja nunca hizo sangre en un sistema defensivo de gruesa costra táctica. Zapater por delante y Jair por detrás desconectaron la corriente eléctrica del Mirandés, deslumbrante hasta donde quiso el Real Zaragoza. El central, y su copiloto Peybernes, despejaron 13 balones y no concedieron un solo error. Tampoco Nieto. Cada centro del Mirandés recibió como respuesta el zapatazo sin contemplación alguna. La diana con el ombligo de Peybernes fue custodiada del minuto 6 al 96 por los hijos del agobio, un Real Zaragoza antiestético, rácano, nada agraciado en ataque aunque en puros y duros términos futbolísticas, superior a su adversario. Pareció la bestia, pero fue la bella aun sin joya alguna en su limitadísimo ajuar.

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