De Mareo a la gloria del Real Zaragoza

Óscar Luis Celada, Pablo Díaz Stalla, Juanele y David Villa, cuatro futbolistas formados en la escuela del Sporting para, en diferentes etapas, lograr títulos y relevancia con el equipo aragonés

Mareo tiene un aroma especial y el Real Zaragoza supo percibirlo para fichar a tres jugadores con sello y marca de la escuela del Sporting. Se nutrió del conjunto asturiano en su última etapa de esplendor. Un defensa multiusos, un centrocampista de largo alcance,  un delantero peso pluma con muchos kilates de fantasía que habían coincidido en la primera plantilla y en la alineación del equipo de entrenaba García Remón. Y después, un goleador como Dios manda. Óscar Luis Celada, Pablo Díaz Stall, Juanele y David Villa, por orden de llegada a La Romareda. De Luarca, de Buenos Aires previa parada en Cantabria, de Roces, una parroquia del Distrito Rural de Gijón, y de parroquia Tuilla, parroquia del municipio asturiano de Langreo. Se abrigaron bajo el manto de una de las mejores canteras del fútbol español, donde crecieron hasta emprender otras aventuras profesionales. Sin duda la más enriquecedora en notoriedad para los tres primeros, en Zaragoza. El Guaje voló más alto, mucho más alto después de forjarse en el Municipal.

El Real Zaragoza había ganado la Copa al Celta de Chechu Rojo y se disponía a disputar la Recopa prometida por Cedrún desde el balcón del Ayuntamiento. Óscar ya se había ganado fama en El Molinón. Pulmón ancho, pierna poderosa, dominio del juego aéreo para desplegar un fútbol autoritario y con criterio en la medular. Libre de su contrato con el Sporting, la secretaría técnica estimó que al equipo le faltaba un jugador de esas características en un temporada que iba a ser muy exigente con cuatro frentes abiertos. Geli, Cafú y Loreto se le unieron como refuerzos.

Una alineación imperial le hizo imposible entrar en el equipo con asiduidad en su primer año. Marcó en el Luis Casanova contra el Tatran Presov, acortó distancias en la derrota contra el Albacete de Fernando Morientes en Copa y completó la eliminatoria frente al Chelsea de titular tanto en La Romareda como en la olla a presión de Stamford Bridge. Se coronó por derecho propio como campeón de la Recopa. Todo fue diferente en su segundo curso. Su protagonismo alcanzó cotas máximas en un Real Zaragoza sin Esnáider, de regreso al Real Madrid, y con Higuera y Pardeza retirados del frente demasiado pronto a favor de Dani García Lara y Morientes. Liga, Copa, Supercopa contra el Ajax… Óscar se había hecho con un lugar de relevancia pero el Real Zaragoza no le acompañó y se despidió de todas las competiciones. En su tercer ejercicio pasó a la reserva más absoluta este centrocampista todo corazón que con los años regresaría al club como integrante del área médica.

El Sporting había descendido a Segunda y Pablo emigró a Zaragoza en plena madurez deportiva. Paco Jémez, Faryd Mondragón y Savo Milosevic le acompañaron en la nueva nómina del equipo aragonés. Parecía un futbolista común y sin embargo poseía una impagable capacidad para adaptarse a cualquiera de la posiciones defensivas sin rebajar un gramo su solvencia. Contundente, serio, puntual en la colocación, robusto e inteligente con el balón. Una pieza que encajaba a la perfección con el ideario de Chechu Rojo, relevo de Luis Costa en el banquillo. Con el técnico bilbaíno protagonizó dos campañas estupendas, muy cerca de entrar en posiciones de UEFA y luchando por el título de Liga hasta la última jornada. Una de sus grandes actuaciones se produjo en el 1-5 del Bernabéu. Paco Jémez se lesionó en el minuto 22 y hubo que restructurar la defensa con Solana. Poco minutos después comenzó una espectacular lluvia de goles para dar forma a una de las victorias más memorables del Real Zaragoza en Liga. Integrante, además, de la defensa de los cuatro centrales que utilizó Rojo en no pocas ocasiones junto a Lanna, Jémez y Sundgren.

Su momento de gloria estaba por llegar. La Liga se sufrió hasta el último segundo para evitar el descenso, pero tuvo la recompensa de la Copa, de nuevo arrebatada al Celta, esta vez pilotado por Víctor Fernández. El 30 de junio de 2001, en el secarral de La Cartuja sevillana, con un temperatura sahariana y frente a un rival de mucho pedigrí, Pablo y otros tres centrales (esta vez Jeméz, Aguado y Rebosio) compusieron una línea férrea a la que se sumó Gurenko como escoba por delante para evitar las maniobras de Mostovoi. Vio la tarjeta roja en el minuto 92, pero Yordi hizo el 3-1 en el 94 y Pablo alzó el primer trofeo de su carrera. Del todo a la nada. Un descenso demencial y unas rodillas muy deterioradas que ya le impedirían ser el mismo, ni tan siquiera jugar. Aun así, como integrante de la plantilla, añadió la Copa de Montjuïc a su palmarés de guerrero fiel, de jugador de equipo al cien por cien.

Juanele había enamorado en El Molinón, pero no lo consiguió del todo en Tenerife. Pizzi, Diego Latorre, Pinilla; más tarde Kodro y Makaay. La delantera en el Heliodoro estaba muy cara y el Pichón de Roces picoteaba minutos sin asentarse de todo en el once salvo un par de las cinco temporadas que jugó en las islas. Con 28 años llegó al Real Zaragoza de Chechu Rojo para encontrarse con una vez más con Pablo. Con Milosevic formó un frete de ataque genial que firmó 30 goles (21 del serbio y 9 del asturiano, la cifra más alta de su carrera). La noche del Bernabéu (dos tantos de los cinco) le encumbró y dejó ver la mejor versión de Juanele. Listo como un demonio bajo una falsa apariencia de ángel caído, capaz de abrir latas y defensas con movimientos de distracción de atacante bravucón. Al igual que Pablo se llevó el Copa de La Cartuja a sus vitrinas como actor principal y la Montjuïc como secundario de lujo.

Había hecho 38 goles en dos campañas con el Sporting en Segunda. El Real Zaragoza ni se lo pensó: tenía que fichar aquella bomba de relojería. David Villa tuvo un duro periodo de aclimatación. En las 12 primeras jornadas de Liga tan solo había firmado un par de tantos y uno de penalti. Le podía la ansiedad, la juventud y el apetito ante una Romareda impaciente, pero emitía señales de un enorme universo por descubrir. Marcó en Valencia y no se detuvo. Cada vez más veloz en las decisiones, en la definición, en un instinto inmisericorde e irrefrenable,  como un volcán en constante erupción. Veloz, generoso, egoísta, asociativo…  Depredador. 20 dianas, una de ellas, en la final de Copa ante el Madrid,  abrazado al final a Pablo y Juanele.  Tres en un empate en Liga con el Sevilla (4-4) del que salió abucheado. Conquistó también la Supercopa contra el Valencia, el club que lo ficharía después de otra tacada de 18 tantos entre Liga y UEFA . El resto es historia. El Guaje es historia del fútbol español.

Óscar, Pablo, Juanele y Villa. Aquel Real Zaragoza con pinceladas gruesas de Mareo.

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