El triunfo del Real Zaragoza y el fútbol contra el invasor

El mundo del fútbol ha vivido unos días de máxima tensión. Pero lo ha hecho con ls fuerza y la convicción del resistente que defiende su patria contra el invasor, con un sentimiento común y compartido que demuestra que este deporte de intereses encontrados, de rivalidades, de pasiones por momentos desmesuradas, tiene un nexo en su esencia. La mala praxis de dirigentes, propietarios y otras especies que han dilapidado patrimonios bajo la excusa del bien común, alcanzó la cumbre de la sinrazón con el anuncio de la Superliga de la conspiración, una sucedáneo de pacto del eje donde establecer la supremacía de las potencias sobre el resto de los clubes europeos. Esa competición no buscaba el espectáculo de ver congregados a los supuestamente mejores para goce de las aficiones, sino satisfacer sus apetitos ambiciosos para elevarse hasta el infinito dentro de un marco competitivo cada vez más desigual. También, hay que decirlo, para coronar egoísmos faraónicos como los de Florentino Pérez, ungido por sí mismo como mente privilegiada sobre el resto de los mortales.

El presidente del Madrid afirma que el fútbol camina en otra dirección y que el nuevo demandante exige cambios. Tiene razón, quizás habría que reconducirlo todo hacia un mayor equilibrio en lugar de acrecentar las brechas. Y si las tesorerías sufren crisis escalofriantes, podrían respirar sin la inmoralidad de presupuestos que se establecen sobre bases irreales. No es el covid-19 el que ha vaciado los bolsillos de los clubes. La pandemia que más daño le ha hecho es muy antigua, la de los despilfarros, un flujo intolerable aunque consentido de fichajes, nóminas y gastos en nada transparentes en las operaciones que han herido de muerte a este deporte. ¿Por qué creer entonces en aquellos que han sido los grandes promotores de esta tesitura irrespirable? La guerra es con la UEFA y la FIFA –organismos tampoco nada ejemplares–, pero las víctimas, como en todo conflicto, suelen ser los más inocentes sin estar libres de permisividad y colaboracionismo. De fructificar esa pasarela del clubes VIP, la repercusión de esa exclusividad supondría una reducción de los ingresos en todas las ligas… El capitalismo en su versión más agresiva no justifica este intento de golpe de estado deportivo, social y económico.

Dice Florentino que cómo se puede negar el aficionado a la oportunidad de contemplar repetidamente un Madrid-Barça o un City-United. Muy sencillo, en primer lugar porque no sólo de ellos vive el fútbol, y aunque sea cierto ese atractivo del que habla, pierde fulgor su teoría por el hecho de que ese tipo de encuentros incendian el interés por su condición de producirse cada cierto tiempo. Una Champions como la actual carece de sentido, trufada de eliminatorias absurdas y asfixiantes con tal de recaudar cómo y de dónde sea. Un Superliga que ensalza a unos pocos comparte la avaricia, el desinterés este deporte que traduce el fenómeno de masas en un producto plastificado.

El Real Zaragoza, siguiendo las pautas de la sensatez y por supuesto de sus preferencias, se ha aliado con el sentido común y con esa línea Maginot que debería si no frenar la evolución hacia la expansión del fútbol en futuras competiciones y plataformas, sí darle un proyección de la mayor equidad posible siendo conscientes de una realidad palmaria. Por el momento está triunfando el espíritu partisano y la solidaridad en la contención de esa supremacía que se quiere imponer en naciones donde un Real Zaragoza-Sporting de Gijón interesa bastante más que ver a Sergio Ramos y Piqué hasta en la sopa.

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