El monstruo copula consigo mismo

La vida, a la larga, te hace incrédulo si tienes la fortuna de recorrer muchos de sus caminos. Y mientras avanzas hacia el final desde cualquiera de sus principios, ya ni siquiera distingues la verdad de tus propias huellas un metro por detrás. El fútbol profesional, que es vida y son caminos, aún salvaguarda un punto de inocencia –quizás insuficiente esta vez– que solo reside en el corazón de sus aficiones. La Superliga propuesta por la avaricia no solo ha impactado contra los seguidores de los perjudicados sino que también ha chocado frente a los simpatizantes de clubes como Chelsea y Tottenham, cuyos equipos pretenden formar parte de la aristocracia artificial de ese torneo sectario. Han salido a la calle para protestar porque no entienden este juego en ese altar de suciedad discriminatoria y farisea exaltación del espectáculo.

Puede que su voz sea escuchada o puede que no. La maquinaria se ha puesto en marcha y no será sencilla detenerla porque el maquinista es Florentino Pérez, presidente de presidentes y padre de la criatura años antes de que nazca. La atmósfera favorece lo peor, porque todos los organismos (FIFA, UEFA y Liga) siempre han estado junto al poder y si se rasgan las vestiduras, es muy posible que sus estigmas representen muchos de los escudos de los que ahora reniegan. Todo, absolutamente todo, se resume en dinero. La diferencia en esta ocasión es que el número de perdedores va a ser escandaloso, en algunos casos con consecuencias dramáticas para asegurar la supervivencia.

La Superliga es la consecuencia de la sucesión de concesiones y prebendas al fútbol como negocio mucho más allá del puro comercio, como plataforma de la usura, de la riqueza selectivamente repartida o liquidada sin responsabilidad ni responsables. El monstruo se ha rebelado contra sus creadores y copula ya consigo mismo para engendrar un futuro de rasgos arios. No hay un solo inocente fuera de las gradas del estadio, el único espacio donde respira la verdad, donde cotizan las emociones, los sueños, el orgullo, la historia, las ilusiones, las lágrimas en la victoria y la derrota. El legado de padres a hijos por haber vencido a Goliath. La vida, a la larga, te hace incrédulo, pero ojalá que en esta oportunidad la poesía sea honda y sus versos espadas de fuego en la gran batalla por impedir la aberración definitiva.

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