Emilio Larraz, el misterio de la dignidad

El nombre del Emilio Larraz siempre ha aparecido en la lista de los deseos de la afición que más conecta con la cantera cuando el Real Zaragoza se ha visto inmerso en sus múltiples crisis. No así en la relación de las diferentes directivas, que en las doce destituciones que se han producido a lo largo de esta etapa de once temporadas en Segunda no le ha tenido en cuenta para que se responsabilice de la primera plantilla. Larraz subió a Segunda B  con La Muela, Sariñena, Zaragoza B y, en su única aventura profesional lejos de Aragón, Racing de Ferrol. A punto estuvo de meter al Ebro en el playoff de ascenso a Segunda y de regreso a la Ciudad Deportiva después de un exilio de siete años producto de un infame despido, impulsó al  Deportivo Aragón a 2ª RFEF. ¿Cómo es posible que con esa biografía deportiva y con sus conocimientos de la idiosincrasia del Real Zaragoza a todos los niveles no se le haya concedido ni una sola oportunidad de sentarse en el banquillo de La Romareda como sí se hizo, por ejemplo, con César Láinez e Iván Martínez? No es un misterio que se le estigmatizó en 2014 en una época donde el desprestigio, trufado de intrigas palaciegas y colaboradores que las difundieron, se convirtió en herramienta común desde los despachos de la entidad para justificar acciones más próximas al capricho que al fundamento. Aunque ha vuelto a casa, donde quiere y le gusta trabajar, le persigue aún la caverna mediática de esta ciudad, reacia a su independencia, a su honestidad. Un buen entrenador, tan capaz como cualquiera, una persona íntegra y con valores. No es suficiente, y muy posiblemente no lo será jamás, para ganar una batalla a la que nunca se ha presentado por respeto al Real Zaragoza. Ese puesto soñado no le quita el sueño a quien cumple a diario con su dignidad.

 

 

 

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