Sin ningún aliciente deportivo en el horizonte y bastantes profesionales en la plantilla que han pisado el freno de la motivación o que por altura nunca les ha dado para llegar al acelerador, Juan Ignacio Martínez y el Real Zaragoza se han metido de lleno en un charco tóxico. El equipo tenía muy poco que perder en Ipurúa frente al líder, y la afición se hubiera dado por satisfecha con un encuentro disputado. Sin embargo sufrió una derrota abultada no tanto por el marcador sino por la forma en que se produjo. Los goles en contra no los hubiera imaginado por grotescos ni el mismo Francisco de Goya, el primero desviado por la cadera de Stoichkov a disparo de Expósito y el segundo, un despeje de Chavarría al pie de Lluís López que salió en dirección a la portería de Cristian, siempre héroe hasta en la tragedia. Las sonrisas cómplices y de guasa de los jugadores del Eibar por ese par de golpes de fortuna explicaban semejante cuadro. El entrenador había anunciado cambios y los hizo, uno de ellos de brocha gorda y en el que insiste sin que sus ayudantes le llamen la atención o le aconsejen: con Fran Gámez a medio gas por la fiebre que ha sufrido esta semana, trasladó a Francés al lateral derecho, recuperó a Lluís López para el eje defensivo y ratificó que Ángel López no le sirve para nada. El canterano ha sido citado en 22 encuentros y ha disputado 22 minutos. Si fuera el último hombre en la tierra, tampoco jugaría.
El torneo ha perdido todo su sentido sin objetivos a la vista y los jornadas molestan a unos futbolistas que han salvado el curso con el empate como gran argumento. En Eibar, el Real Zaragoza ejerció de anestesista para que nada ocurriera. No tenía a Iván Azón ni a Álvaro Giménez y con Sabin Merino de referencia sabía que su pujanza ofensiva estaba reducida a la mínima expresión. Así se dedicó a aplicar una lobotomía sobre el rival que le funcionó hasta que llegaron esos dos goles esperpénticos. En ese momento, los guipuzcoanos, un martillo pilón, intentaron saciar su apetito, pero Cristian evitó la humillación con esas intervenciones extraterrestres que tanto han ocultado para bien y para mal en los últimos años de este club adocenado por sus dirigentes. El guardameta y Francés fueron los únicos que dieron la talla en un grupo pigmeo en el centro del campo, calimitoso físicamente, e invisible arriba, donde Juanjo Narváez y Sabin Merino apenas dibujaron las siluetas de sus cada vez más delgadas sombras. En ese escenario deshabitado, JIM decidió inyectar puro veneno. Sacó en el descanso a Borja Sainz por Bermejo y a la media hora, visiblemente enojado con el vizcaíno, lo sustituyó. El castigo produjo una escena de las que cortan la respiración, con el extremo devuelto a toriles con la mirada sostenida y fría sobre el entrenador, un pasaje digno de los memores momentos de los duelos cinematográficos al sol.
Como el partido importaba ya poco o nada, el instante acaparó la atención y el examen de sus razones y consecuencias. ¿Qué había hecho Borja para merecer semejante azote en la plaza pública? Acelerado, no entró en el juego, pero ¿tenía que ser degradado a ese nivel? En absoluto. Juan Ignacio Martínez podrá justificar su decisión con los argumentos que quiera, en este caso habló de decisión táctica, pero en un equipo donde la mayoría de sus pupilos eran susceptibles de ser relevados por falta de aptitud y actitud, escogió el camino fácil, y no precisamente el de los valientes: cobrarse su frustración con quien sabe que no le va rechistar. Borja Sainz, una de las pocas piezas diferentes de la plantilla por su verticalidad y desborde aun en ocasiones alocado, ha tenido que aguantar ser relegado a la suplencia tras realizar buenos partido en beneficio de un Bermejo y un Narváez apadrinados sin rubor por JIM. Su paciencia ha sido infinita, tan elogiable como sus goles al Sporting o al Girona.
Una lástima el Real Zaragoza y Juan Ignacio Martínez en Ipurúa. Sin nada que ofrecer salvo un intento inútil de contener al Eibar como principal y único plan. Deshonrado con un gol de rebote y otro en propia meta donde apareció, y no es casualidad, Lluís López. Con Francés como mejor delantero como hace una semana lo fue Jair. Con la desconsideración hacia Borja Sainz que no va a traer nada bueno para lo que resta de campeonato. Fue el principio del fin de una época, de una bola de fuego que se llevará por delante a casi todos porque se lo han buscado y porque se necesita higienizar un equipo que con la nueva propiedad carece de sentido.
Eibar: Cantero, Tejero, Venancio (Burgos, m. 31), Chema Rodríguez, Arbilla (Glauder, m. 46), Sergio Álvarez, Javi Muñoz, Corpas (Fran Sol, m. 88), Expósito (Aketxe, m. 88), Stoichkov (Rahmani,m. 80) y Llorente.
Real Zaragoza: Cristian Álvarez, Lluis López, Alejandro Francés, Jair Amador, Pep Chavarria, Alberto Zapater, Petrovic (Francho, m, 79), Eugeni Valderrama (Vada,m.67), Bermejo (Sainz, m. 46 (Puche, m. 79)), Sabin Merino y Juanjo Narváez.
Arbitro: Daniel Trujillo del Comité canario. En el minuto 43 amonestó a Francés. En el 59 enseñó la tarjeta amarilla a Glauder.
Goles: 1- 0, m. 51. Stoichkov. 2- 0. Lluis López, en propia puerta.