La carabina de Ambrosio apunta al infierno

La carabina de Ambrosio, ese Real Zaragoza que dispara perdigones y agua jugando de igual a igual o en superioridad, apunta al infierno una temporada más, la tercera consecutiva. En la dos anteriores logró huir con muchos apuros la primera y algo más holgado la segunda, pero siempre con el corazón en un puño y marcado por el mismo estigma: su enfermiza insuficiencia goleadora. Este sábado frente a un Málaga con diez durante casi 80 minutos generó ocasiones para regalarse, pero sólo Giuliano abrió el envoltorio de una. Pudo ganar, pero si no marcó hasta que consumarse la terquedad del argentino fue porque además de falta de calidad en la definición ha derivado en un equipo peor, más ansioso y descreído, que en los cursos anteriores. Ya no es sólo cuestión de sus delanteros, sino de una rebaja colectiva de prestaciones que afecta a casi todos.

Ver a Francés sentado en el banquillo ante el conjunto andaluz fue todo un síntoma de que las cosas no van bien. Su futbolista franquicia entre los reservas por bajo rendimiento. Los últimos marcadores son para preocupar, pero bastante más la falta absoluta de los ingredientes que distinguen a un bloque competitivo aun con una identidad confusa: fútbol, personalidad, carácter, firmeza defensiva. Juan Carlos Carcedo se vio desbordado y Fran Escribá corre el mismo riesgo mientras confía que en el mercado de invierno le traigan alguna pieza de marfil para su ajedrez de barro. No será fácil en un zoco donde predominan las medianías y con un director general, Raúl Sanllehí, adiestrado para un gasto de contención por parte de la nueva propiedad.

Con 17 puntos y a falta de cinco encuentros para que se cierre la primera vuelta, necesita 8 más para sumar 25 y cumplir con la media tradicional para la salvación. Le esperan Burgos, Ibiza, Albacete, Huesca y Leganés, tres de ellos a domicilio. En las últimas diez jornadas, desde la derrota en Anduva, ha sumado nueve en diez jornadas con dos triunfos ante Villarreal B y Tenerife y tres igualadas contra Eibar, Oviedo y Málaga. Los números ratifican su desplome en las cuentas, fruto del declive de una plantilla erosionada por dos cursos al límite, las lesiones y fichajes que no están cumpliendo ni de lejos con las expectativas. El modo supervivencia que activó Zapater es, sin duda, el estado en el que se halla un Real Zaragoza que corre y lucha sin brújula alguna, ofreciendo una imagen de desamparo ya sea en las alineaciones o en las ventanas de los cambios.

Escribá ha apostado por dos delanteros… Esa es la gran novedad sin que la fórmula la haya dado resultado ni con Gueye ni con Mollejo mientras Giuliano se parte el alma para alcanzar el área sin fuelle suficiente para ser preciso. La segunda línea que quiere relanzar el técnico como armamento ofensivo. Previsible con la exigencia del balón siempre al pie, lento en la circulación, plúmbeo en la concepción y ciego frente a la portería. El consuelo de que siempre habrá cuatro peores se vuelve a explotar por la falta de otros argumentos más serios. Esta vez, de los seis clubes que tiene por debajo sólo se ha impuesto a la Ponferradina y le falta enfrentarse al Ibiza. Su nivel, en estos momentos, es el de un equipo condenado a perseguir la permanencia, un escenario a años luz de las falsas promesas diseminadas tras la compraventa.

Portería
Cristian está lesionado y no volverá hasta el 2023. El argentino ha sido clave en algunos partidos, pero su aura ha sufrido intermitencias. Es un portero magnífico para la categoría, si bien su rendimiento está siendo más humano. Soportar la responsabilidad de emerger casi siempre como el mejor tiene también su precio y su cuerpo empieza a pasarle factura a los 37 años. Su relevo, Álvaro Ratón por decisión de Escribá, no sólo no se aproxima al rosarino, sino tampoco a la altura de un segundo de garantías. El gallego envía señales de sufrimiento, como si llevara una cruz cada vez que le toca coger el testigo. El aficionado prefiere a Dani Rebollo, pero no hay excesivas noticias de su competencia y que esté cumpliendo en el filial no garantiza un remplazo seguro. La falta de previsión en un puesto de esta trascendencia puede hacer mucho daño en este tramo de la competición sin Cristian. Luego habrá que comprobar cómo regresa el argentino.

Defensa
El muro que elevó Juan Ignacio Martínez ofrece fisuras por todos los flancos. La venta de Chavarría no le ha hecho ningún favor deportivo, sobre todo después de comprobar que Fuentes es un lateral del montón, de amagos y requiebros que alegran la vista sin ganar metros importantes, y con unas notables limitaciones defensivas. La ruptura del eje defensivo Francés-Jair por lesión y bajonazo del canterano y la ganancia de jerarquía de Lluís López han debilitado una parcela que destacaba por su solidez. El portugués está incómodo con los cambios de pareja y Gámez ha dado varios pasos atrás, sin la frescura vertical que le caracterizaba. Larrazabal le ha quitado el puesto en varias ocasiones, un jugador descarrilado que no le mejora. Nadie más cuenta en la retaguardia: ni Lasure, ni Nieto, ni Vigaray, ni el invisible Quinteros (un chasco de órdago), ni el joven Luna. El vacío en esta zona resulta impropio de cualquier equipo profesional.

Centro del campo
Ni una piza de velocidad para pensar ni para correr ni para transitar. Un ramillete de futbolistas de zancada corta y pase repetitivo hasta la saciedad. Grau es una sombra del atrevido mediocentro que saltaba líneas; Francho se ha esfumado en la sombra de un Manu Molina sin peso creativo, imprescindible para Carcedo y a la espalda de Escribá; Petrovic lleva demasiado sobrepeso en el carnet, y Eugeni es pura melancolía, algodón de azúcar sin sal. Bermejo y Vada, encargados de aportar una pizca de fantasía, se pierden en el fondo infantil de sus sombreros de copa… Es tal la poca gracia que hay en la columna vertebral que el veterano Zapater ha sido devuelto a la titularidad.

Delanteros
Con Azón a la enfermería y rezando el equipo en capilla para que se recupere cuanto antes, el ataque del Real Zaragoza se reduce a Giuliano. Cuatro goles, todos de fabricación propia, una rapidez endiablada y un elevado instinto para ubicarse en espacios de remate contrastan con su exceso de aceleración en la toma de decisiones finales. Su juventud y valentía contagian, pero está demasiado solo. Mollejo juega a disgusto, enfrentado al mundo, a sus errores a una sobreexcitación que le supera, y Gueye, por definirlo rápido, es una pésima broma de Sanllehí y Torrecilla. Puche puede que haya sido sobrevalorado. Todo corazón, con eso no basta.

 

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