La humildad de JIM contra una historia de histerias

Humildad. Humildad. Juan Ignacio Martínez, y ya también alguno de sus jugadores, la vienen solicitando desde que el equipo salió del amplio muestrario de empates para comenzar a ganar. Uno, dos, tres partidos consecutivos… Nueve puntos sin aliento, con goles, con rachas moderadas pero efectivas de buen fútbol, con una portería casi siempre bien protegida, con un alto porcentaje de participación de los miembros de la plantilla por decisión técnica o bajas. El Real Zaragoza ha saltado en tres jornadas de la zona de descenso a la octava plaza, a cuatro puntos de las posiciones de playoff, quitándose de en medio a rivales como Sporting y Las Palmas cuando el calendario se ha puesto más exigente. Aunque la alegría y sobre todo el relevo de la angustia por una expresión más relajada vayan por dentro, la euforia se descarta por completo. «Aún no hemos hecho nada». Es cierto, pero, sin duda, no lo es menos que por primera vez en mucho tiempo, en nueve temporadas en Segunda, se procura gestionar con equilibrio emocional un equipo enraizado en la histeria deportiva y administrativa. No hay paz en el conjunto aragonés, condenado a una exigencia histórica que impacta con su triste realidad económica y con unos propietarios aún más mustios con un club del que aparentemente tratan de deshacerse salvo que la nueva Romareda que viene les anime a aguantar para certificar el pelotazo para el que llegaron sin disimulo alguno.

El porqué de esa calma cuando todo apuntaba a nuevo episodio convulso tiene un personaje muy reconocible, Juan Ignacio Martínez. Antes de la visita a El Plantío, sus horas no estaban contadas, pero el fantasma de un posible relevo sobrevolaba al atmósfera del club pendiente de lo que depararan los encuentros contra el Burgos y el Sporting. Es probable que el entrenador hubiera resistido en el cargo algo más, aunque después de tres victorias consecutivas el asunto queda visto para sentencia. JIM como buen moderador de tusamis y esos resultados positivos son los principales culpables de que la Fundación, tan fría como vehemente por cuestiones de mera incultura futbolística y de un guía patibulario como Luis Carlos Cuartero, no haya entrado en combustión una vez más. Quedan por delante etapas nada sencillas para un Real Zaragoza manteado por intereses personales y examinado con lupa esté arriba o abajo. Frente a esa tradicional corriente virulenta y desatada, la moderación del técnico intenta configurar un espacio sereno para trabajar sin una presión asfixiante. Luego, Dios dirá.

Desde que el equipo acabó en Segunda por última vez, para buscar al Real Zaragoza en la hemeroteca hay que hacerlo con guantes de amianto. No ha habido un solo instante de perdurabilidad en nueve años. Comenzó con Agapito Iglesias cediendo su paquete accionarial a la Fundación tras una anterior y surrealista y frustrada operación con personajes funestos y cómicos de por medio. Disipada la amenaza de desaparición, arrancó una serie de intrigas digna de un Emmy en todas y cada una de sus nueve temporadas y cuyos guionistas amenazan con prolongar. Paco Herrera, aún con Agapito pilotando la institución, fue relevado por Víctor Muñoz cuando el equipo estaba a tres puntos del playoff en la jornada 30. El apartado de entrenadores no tiene desperdicio. Una discusión en tono muy subido entre Carlos Iribarren y Víctor Muñoz cuando el técnico se burló con razón de la falta de conocimientos del consejero, acabó con el aragonés destituido, a un punto del territorio de promoción de ascenso.

Iribarren, que ejercía de secretario técnico por el artículo 33, puso en el banquillo a su amigo Popovic, con quien el Real Zaragoza se quedó a segundos del ascenso en Las Palmas. Al curso siguiente, metió al serbio y a Martín González, director deportivo, en una la trituradora y los echó con el equipo a un punto del playoff. Con Lluis Carreras se alcanzó la última jornada con el empate como máxima traba para clasificarse entre los seis primeros y el conjunto aragonés encajó un 6-2 en Palamós frente a una Llagostera ya descendida. Inexplicable y demencial. Aún hay investigadores privados que buscan pistas en aquel encuentro de comportamientos muy sospechosos.

La campaña siguiente que se estrenó con el regreso de Zapater y Cani como reclamos publicitarios emocionales pero insuficientes hacia el eterno regreso a Primera y se resolvió con tres inquilinos en el banquillo, primero Milla, Agné y finalmente César Láinez, a quien Lalo Arantegui, contratado del Huesca en una operación de alta tensión entre ambos clubes, recurrió como tabla de salvación. Un pacto de no agresión en Girona daba el ascenso a uno y la permanencia a otro y el balón asistió de espectador en el césped de Montilivi durante 90 minutos. Natxo González resistió como un jabato interferencias de todo tipo, a una primera vuelta muy pobre y un leyenda negra que le marcó como a un traidor por comprometerse con el Deportivo cuando sabía de primera mano desde diciembre que no iba a continuar. Tercero al final del campeonato, Diamanka desató con su gol en La Romareda la tragedia en la primera eliminatoria por el ascenso.

De nuevo a sufrir. Idiakez, Alcaraz y la vuelta de Víctor Fernández para evitar la catástrofe. El entrenador de la Recopa repitió y el Real Zaragoza puso rumbo al ascenso directo hasta el parón por la pandemia mientras su ego y el de Lalo establecían un pulso  con continuas fricciones. Del paréntesis sanitario volvió un equipo pálido, con un Víctor incapaz de frenar una sangría cuya mayor hemorragia se produjo en la eliminatoria del playoff frente al Elche. Luis Suárez no pudo estar porque su cesión del Watford había expirado antes de esa fecha y el club, con su habitual influencia en Madrid, fracasó en su reclamación-pataleta para que se tuviera en cuenta, a nivel de clasificación incluso, el perjuicio de afrontar esos encuentros sin el colombiano. Se hizo el silencio hasta hoy.

El penúltimo capítulo tiene de todo, y nada bueno salvo el descubrimiento de Francés, Francho e Iván Azón en un ecosistema terrorífico. Baraja, Iván Martínez, el despido de Lalo Arantegui tras una planificación lamentable, las negativas de Poyet, Paco Jeméz y Víctor Fernández a coger a un equipo camino del desastre histórico… Se recurrió a Miguel Torrecilla y este a su amigo Juan Ignacio Martínez, quien con una pócima sencilla, con ingredientes básicamente motivadores, sanó a un enfermo terminal. El patético proceso de la compraventa terminó de rizar el rizo de una propiedad retratada por incompetente, desestabilizadora y preocupada de cuadrar las cuentas con la venta de sus mejores futbolistas mientras descapitaliza el futuro. JIM parece que le ha dado a la pausa a semejante azoramiento con una plantilla construida a bote pronto y tarde que actúa a imagen y semejanza de su entrenador: un superviviente de esta profesión que busca su momento de gloria, remando con su modesta pero creíble embarcación a favor de un Real Zaragoza torpedeado desde dentro durante nueve temporadas de tormentas y tormentos egocéntricos.

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