La primera vuelta del garrote vil

El Tenerife ha confirmado en el cierre de la primera vuelta lo que avisaron el Leganés, el Amorebieta y el Almería: el Real Zaragoza ha obrado un milagro para irse al parón navideño con 26 puntos, media de salvación, pero es un equipo ramplón que en esencia nunca ha abandonado el infierno pese que se creyera un ángel. Tiene mucho mérito lo que está haciendo, competir en las 500 millas de Indianápolis con un utilitario, pero a mitad de la carrera empieza a echar humo y pierde aceite a borbotones. Si en los Juegos del Mediterráneo se justificó el sopapo por la falta de actitud en los últimos minutos frente a un rival de otra galaxia, contra el equipo de Ramis no hay forma de hallar una excusa. En la primera parte, el conjunto isleño bajó la persiana del encuentro con dos goles que retrataron no sólo una imperdonable indolencia defensiva, fortificación que sostenía la fe y la ilusión clasificatorias, sino una escandalosa falta de recursos de futbolistas y entrenador para acercarse siquiera en el marcador.

La victoria sobre el Eibar en este tramo final de máximas exigencias es la que mantiene en pie a un Real Zaragoza que se adentrará en una segunda ronda del campeonato que asusta. Tres derrotas en los últimos cinco partidos; ocho goles encajados por tan sólo dos marcados, y La Romareda convertida en La Casa de Tócame Roque donde sólo se han podido ganar dos encuentros y marcar seis tantos, una cifra que radiografía con nitidez el problema más profundo de un equipo que en doce ocasiones ha empezado perdiendo para remontar en dos de ellas: Los nueve empates consecutivos que le condenaban y la daban al mismo tiempo fama de insuperable adquirieron notoriedad positiva al enlazar tres triunfos seguidos. Pero en el momento en que el calendario se ha endurecido, se le han visto todas las costuras: ni una alienación repetida, un centro del campo en constante rotación y sin liderazgo y una delantera de espaldas a la portería. Y Juan Ignacio Martínez con sus rarezas en los cambios antes y durante los encuentros, evidenciando que no es que confíe a ciegas en todos, sino que no lo hace por completo en casi ninguno.

La formación contra el Tenerife de Narváez, Vada y Nano Mesa, tres futbolistas a medio gas por diferentes e incluso extrañas circunstancias, favoreció que los canarios tuvieran un control déspota sobre el juego en todas sus vertientes y líneas. La negación del pan y la sal a Borja Sainz, el mejor con una diferencia abismal sobre el resto en cuanto saltó al campo, es otros de los grandes misterios de JIM, que ni con Petrovic de salida ni con Eguaras después halló el faro que guiara hacia una aproximación en el marcador. El anacronismo de ambos en una posición fundamental provoca por lo general un desamparo táctico insostenible en cuanto el rival imprime velocidad o calidad. Si el enemigo suma las dos virtudes, ocurre lo que ocurre, que la histeria se apodera del grupo hasta transformarlo en un manicomio capaz de hacer perder los nervios y su lugar preponderante al propio Francho. El canterano fue relevado en el descanso después de que Jair permitiera meter una puntera a Elady en el primer tanto y de que Chavarría consintiera a Mollejo ganarle la espalda para cabecear el segundo.

Esa vez no salvó el tipo ni Alejandro Francés, contagiado del caos general de un Real Zaragoza que si no acude al mercado invernal aunque sea para pedir limosna en forma de cesiones para la titularidad, comenzará la segunda vuelta sentado sobre el garrote vil sobre el que ha finalizado la primera: vivo pero con una propiedad encantada en su papel de silencioso verdugo.

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