La Romareda, de coliseo a teatro

La Romareda vivió el lunes una catarsis con el regreso al estadio con toda su capacidad disponible. Una afición encabezada por ejército muy joven celebró el reencuentro masivo con su equipo con una liturgia propia de los mejores momentos sin mirar, ni siquiera enjuiciar, en qué categoría se encuentra el conjunto aragonés, ni la clasificación, ni los graves problemas que arrastra para ganar. El público fue vacío de críticas, recibió al autobús como si llegara un campeón y durante el encuentro jamás rebajó la intensidad de su apoyo, ni tan siquiera tras el error de Álvaro Giménez cuando falló un penalti que hubiera supuesto el primer triunfo en casa, pero, sobre todo, la victoria del pueblo por encima de todo tipo de dictaduras que sufre el club. La grada goleó, sin reproches, a jugadores y técnico dentro de una atmósfera muy distinta a la de otras épocas de crisis a lo largo de la historia: depositó su nivel de exigencia en sí misma, henchida de orgullo por pertenecer, por estar, por volver.

A los patricios del zaragocismo, a quienes han conocido otras épocas de gloria y dolor siempre con la lupa alerta, les cuesta entender esa actitud amable hacia un Real Zaragoza que cumple su novena temporada en Segunda División y lleva camino de despeñarse hacia otros abismos más profundos. Lo que más confunde es que apenas se presione en directo a una directiva maltratadora con el seguidor desde su púlpito de indiferencia, frialdad y desinterés por reconstruir una institución colosal deportiva y socialmente. Algún cántico aislado y poco más. Pero en estos años se ha producido un fenómeno que ha cambiado el perfil del aficionado, en parte porque ha visto que la rebelión sirve de poco frente a una gestión empresarial donde los dueños hacen oídos sordos a las peticiones o manifestaciones populares y también por un profundo cambio generacional: el hincha de Primera entendía que su fidelidad estaba estrechamente ligada a la defensa del mayor de los espectáculos; el actual ha invertido esa valoración y prioriza la lealtad a lo que perciba en el campo. La Romareda era antes un coliseo y ahora un teatro de la bondad. Ha cambiado la cultura de las demandas.

En esta tesitura, el palco de los mercaderes se siente mucho más cómodo, reforzado por su condición de propietario intocable y por esa corriente que centra las energías de los espectadores en volcarse con el equipo al cien por cien. La afición consume su tiempo y su dinero en impulsar a los profesionales para que ganen y aspiren al ascenso mientras los dirigentes gestionan con racanería y mínima visión el club para la supervivencia o para su propio beneficio. El contraste de intereses es monumental e hiriente. Debería sentirse avergonzada la Fundación de esa Romareda que fue un océano de ilusiones frente al Huesca, de un templo del que son sacerdotes excomulgados aunque no se les señale. Por mucho que duela, por muchas Romaredas que se puedan llenar hasta la bandera de aquí al final de la temporada, el Real Zaragoza como entidad podrá vanagloriarse de una afición ejemplar, de magnífica militancia sentimental por simpatía o herencia. Pero se echa mucho de menos a los viejos magistrados se enfrentaba al absolutismo de gobernantes sin escrúpulos.

One comment on “La Romareda, de coliseo a teatro

  • Maño de Vilassar , Direct link to comment

    A Txetxu Rojo se le gritaba «Txetxu vete ya» y nos dejó subcampeones en Primera. Y que recuerden Zalba, Angel Aznar las pañoladas y almohadillas, que las tuvieron. Y en Primera también. Es el signo de los tiempos esta nueva y adorable joven afición, como quiere al equipo. Pero habría de recordarle esta afición al Palco todos, todos, los partidos su lamentable gestión deportiva. Así también se quiere y se ayuda al equipo

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