La tragedia del invencible sin victorias

Si lanzase una moneda al aire, caería de canto. Si participara en una maratón con tres corredores, llegaría el cuarto. Si le tocara el gordo de la lotería, perdería el boleto. No, no es cuestión de mala suerte. La fortuna no tiene nada que ver en el destino de este Real Zaragoza que se refugia en una secuencia de seis empates consecutivos para hacerse valorar como equipo invencible. Frente al Huesca tuvo un penalti a favor en la recta final de un partido reñido y feo para impulsarse deportiva y mentalmente y lo falló. ¿Por qué? Porque va descubriendo que el peor enemigo que tiene es él mismo. Cuando eres el equipo con menos goles de Segunda y el que menos triunfos posee junto al Amorebieta, tan sólo uno en nueve jornadas, el espejo de la realidad no miente: la zona de descenso te abre sus puertas para convertirse en tu hogar. De poco sirve que compitas, que tengas ocasiones, que de vez en cuando hagas un fútbol tan atractivo como improductivo. El conjunto de Juan Ignacio Martínez, a quien también empieza a notársele el agotamiento en la búsqueda de soluciones no pocas veces inexplicables, tiene la pinta de lanzar la moneda al aire y no verla caer jamás; de participar en una maratón y llegar a medianoche y con la persiana bajada del estadio; de encontrar el boleto premiado en la lotería y volverlo a extraviar. Sencillamente cuelga sin ahogarse por completo de la soga del desastre, pero con el nudo apretándole el gaznate mientras se balancea sobre el vacío que hay abierto a sus pies imprecisos solos ante el portero o con una pena máxima lanzada al poste de la tragedia.

La calidad finalizadora que no hay se echa de menos y puede costar muy cara. El Real Zaragoza no tiene mala gente arriba, tipos con sangre fría y puntería sin escrúpulos. Amontona alrededor del área futbolistas de buenas intenciones y malas decisiones. Anoche, Álvaro Giménez, en el enésimo intento de hallar un delantero desde la titularidad o el banquillo para marcar un tanto, parecía iluminado en su mejor actuación hasta la fecha. Un cabezazo perfecto, un disparo a la madera de ariete con gatillo rápido, intervenciones varias para descargar juego y… el penalti cometido sobre él mismo. Su lanzamiento hizo astillas la victoria que ya se cantaba en La Romareda, un estadio que recuperó su imagen fabulosa con una generación de aficionados muy jóvenes en su mayoría, entregados a su equipo con la alegría de los Pilares de fondo. Ni esa ola gigantesca consiguió conducir a los jugadores de JIM hacia la inspiración en un encuentro tosco, entre dos rivales rudimentarios que expusieron sobre el campo las razones por las que sufren. El Huesca también impactó en un par de ocasiones contra la madera y otras dos veces en el cuerpo de Cristian, valiente y oportuno ante Joaquín, el mejor oscense, y Pulido. En el Municipal, sin embargo, acometió el encuentro con agresividad y muchos de sus defectos a flor de piel como esa pareja cada vez más chirriante en el eje defensivo que forman Pulido e Ignasi Miquel y un ataque sin amenaza. Sus mejores momentos partieron de las botas de Marc Mateu en corners. Muy pocos argumentos para aspirar a estar entre los seis primeros.

La pizarra de JIM, con un esquema a piñón fijo que no cambia así caiga al último puesto, volvió a echar humo, señal de que el entrenador no es nada feliz con lo que ve aunque en público se muestra muy satisfecho. En esta ocasión probó con Nano Mesa en punta y un baile de jugadores con supuesta genética ofensiva para acompañarle en la misión. Narváez, castigado sin piedad por Buffarini, Vada y Bermejo apenas generaron algo. Lo más peligroso llegó con Giménez y un disparo a bote pronto de Eguaras que Andrés Fernández rechazó con una gran intervención. El cuadro de Ambriz, muy justito salvo en la pelea subterránea, una versión desconocida hasta ahora y quizás animada por los tambores de la rivalidad, tomó un poco el control con la entrada de David Ferreiro. Juan Ignacio Martínez recuperó a Igbekeme, que no está para la causa, y en el minuto 90 ordenó tres cambios muy complicados de digerir por la razón: una tromba con Iván Azón, Petrovic y Adrián cayó sobre un encuentro que expiraba y que resultó testimonial porque apenas tocaron balón. El Real Zaragoza salió de nuevo invicto y sin encajar una gol, pero la cara del técnico al final –también la de Ambriz– denotaba una especial amargura. Porque cualquier día saldrá cruz para un equipo tan intenso como inestable que no está reñido con el gol, sino que no lo tiene ni de penalti.

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *