Láinez: «Ganamos la Copa al Madrid porque teníamos un equipo con personalidad y mucho fútbol»

El verano anterior, César Láinez había visitado a varios especialistas y todos coincidieron en el diagnóstico: sus maltrechas rodillas tenían una pronta fecha de caducidad. Desgraciadamente, acertaron de pleno y en mayo del 2005 dio una rueda de emotiva prensa para anunciar su adiós al Real Zaragoza y al fútbol profesional. Tenía tan solo 28 años y tres títulos, dos Copas y una Supercopa, que en ese momento de la despedida poco le consolaban. Hoy, 17 de marzo, rescata la final de Montjuïc de 2004, cuando ya era consciente de que su carrera se consumía, contra un Madrid deslumbrante. Y vuelve a emocionarse por el significado de aquel título, el penúltimo y posiblemente el más legendario junto a la Recopa. Ya había disfrutado en La Cartuja contra el Celta en 2001, pero recuerda que «quizás por mi juventud entonces, no le di la trascendencia que merecía. Veía a Aragón y a Garitano celebrarlo como locos y yo allí, como tal cosa. Lo de Montjuïc fue muy diferente por todo, también porque sabía que me quedaba poco y era una gran oportunidad para poner un broche de oro a mi carrera».

El sábado anterior, el Real Zaragoza había acudido al Bernabéu en Liga. España sangraba por el 11-M y el pánico, el dolor y la indignación ocupaban todos los estratos de la sociedad por el brutal atentado de Atocha. Se consiguió un empate entre esa cortina de lutos, de preguntas sin respuestas, de respuestas que generaban más preguntas… «La tristeza lo dominaba todo. El país estaba muy jodido», explica el exportero y extrenador del Real Zaragoza. «Empatamos y, aunque ellos presentaron una alineación con muchos reservas, empezamos a creer que era posible. Competimos muy bien y nos dijimos que no íbamos a regalar nada el miércoles en Barcelona». Láinez sonríe con picardía cuando recuerda que «el Madrid tenía reservada la sala Luz de Gas para la celebración posterior. En una entrevista a un diario de Madrid dije que los invitados también podemos disfrutar de la fiesta, y mira si lo hicimos».

El Real Zaragoza era un recién ascendido que todavía luchaba por la permanencia en Primera de la mano de Víctor Muñoz, con una fusión de futbolistas de orígenes profesionales muy distintos, con y sin experiencia, con juventud y veteranía. «Pero esa mezcla tan particular tenía un denominador común», puntualiza el aragonés, «un bloque con una enorme personalidad y mucho fútbol. Rebosaba carácter con Gaby Militio, Ponzio, Toledo, Movilla, el Guaje aunque fuera su primera experiencia en la élite… Estuvimos perfectos y convencidos porque teníamos que estarlo frente a un rival de esa dimensión. Hoy en día me pregunto qué equipo actual del mundo tiene una plantilla como aquella del Madrid y no lo encuentro«. Para es partido, en el vestuario se rumiaba un elemento de motivación extra. «Había un sentimiento de venganza para recompensar a Gaby del rechazo que había sufrido del Madrid cuando, después de ser fichado,  se echó atrás su contratación por una supuesta lesión».

Unos días de concentración en Peralada, viaje a Barcelona y tensa espera las horas previas en el hotel de la plaza de España. «Nada más comer, Cani vino a la habitación y ya sabes cómo era, una broma detrás de otra. De repente escuchamos un ruido tremendo en la calle, corrimos las cortinas y allí abajo solo se veían cabezas, una multitud de zaragocistas que iban camino del estadio, pidiéndonos que saliésemos a saludar. Le dije a Cani que cuando llegas hasta aquí, solo se acuerdan del ganador y que la Copa había que ganarla. Él, que se pensaba que iba a estar en el banquillo, se enteró tras la charla, después de la siesta, de que estaba en la alineación y no Galletti, como parecía previsible. Todo lo que ocurría contenía algo especial y cada vez éramos más conscientes de nuestras posibilidades». César hace una pausa para la afición. «Siempre ha sido exigente porque está en su derecho, pero no he visto nunca una afición igual. Cómo te lleva en volandas antes, durante y hasta después. En el gol de Beckham solo se oía a la genta del Real Zaragoza. Dudo que haya una afición mejor. Esa capacidad de llevarte en volandas en los peores momentos, como por ejemplo cuando David Beckham adelantó al Madrid. ¡Solo se les escuchaba a ellos cantar, animarnos como si hubiésemos marcado nosotros».

Diez minutos de avalancha blanca, de nervios, de ver pasar la pelota en pies ajenos. «Y a partir del cuarto de hora reaccionamos a lo grande, remontando, recibiendo un gol más y perdiendo a Cani en una expulsión injusta. Creo que la clave estuvo en nuestro excepcional estado físico, un detalla que Víctor Muñoz cuidaba mucho –en los entrenamientos saltaban chispas– y que ese día resultó decisivo para aguantar en inferioridad y llevarnos la Copa en la prórroga». El gol del Hueso. «Yo, desde mi posición, observo un disparo que se va fuera y de repente veo que todo el mundo corre enloquecido hacia la pista en busca de Luciano… Fue una parábola hacia fuera que acabó entrando. Como no podía abandonar mi puesto porque me temía que podían sacar rápido, allí me quedé solo entre extasiado e incrédulo». No había nada preparado en el caso de victoria y los jugadores, tras regresar al hotel, se perdieron por la noche barcelonesa. Láinez cenó los spaguetti que habían sobrado del mediodía y a Galletti se le vio solo en una hamburguesería. Nueve meses después, el 28 de diciembre, Láinez y su esposa veían venir al mundo su primer hijo. Aquella final de Montjuïc tuvo mucha magia.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *