Lluvia ácida en La Romareda

Los lunes están marcados en rojo pálido en el calendario de los afligidos. Y la noche es el refugio la poesía melancólica. A esa esa combinación homicida se sumaron la lluvia climatología y la futbolística de un Real Zaragoza que se encogió como nunca, ajeno a los encuentros soleados que protagonizó contra el Sporting y Las Palmas. Su fragilidad nació en una cesión criminal de Nieto para Cristian que acabó dentro de la portería tras golpear el despeje del argentino en la llegada de Randelovic. La derrota, sin embargo, no se puede resumir en esa nefasta decisión del lateral. En otras ocasiones el marcador ha sido adverso y se ha alabado la capacidad de reconstrucción del conjunto aragonés para empatar e incluso para vencer como ocurrió en el Gran Canaria. A sus espaldas tuvo el exceso de responsabilidad de seguir escalando puestos en la tabla, aumentado por los mensajes eufóricos lanzados durante esta semana, con la palabra ascenso y la seguridad de conseguirlo en boca de algún jugador, en concreto de Narváez. Enfrente se encontró un Leganés intratable, con el abrigo de titanio que le ha puesto Nafti desde su llegada al banquillo para salir de la zona de descenso. Por dentro le pudo un seísmo neurológico, una constante histeria por acortar los caminos, a años luz de la serenidad que le ha caracterizado para cauterizar heridas. Expuesto a sus propias inclemencias, el Real Zaragoza se descabalgó de tres triunfos consecutivos, pero, lo más grave para cualquiera que sea su aspiración, es lo que hizo en su estadio. No es un drama su tropiezo; sí lleva camino de serlo que pierda el equilibrio donde menos tiene que hacerlo, con la red de seguridad de su afición. Como buen padre, lo que gana fuera lo deja en el hogar.

Juan Ignacio Martínez realizó su habitual abracadabra en la alineación. Dio continuidad a Zapater y Eguaras en el centro del campo con la novedad de Francho. No funcionó la mezcla ante una medular, la del Leganés, que se fue adueñando del partido con oficio y mucha calidad, impulsada por ese error de Nieto, un plan hermético pero muy flexible al contragolpe y sus gruesas hechuras defensivas. Tampoco se puede poner el foco en exclusiva en el entrenador porque si por algo se le estaba elogiando en los últimos tiempos era por esa comunidad que ha creado donde todos participan y las ausencias no se notan. Narváez y Vada se quedaron en el banquillo y salieron en la segunda parte para presentar un perfil más vertical, lo que tampoco se logró porque el equipo madrileño, corajudo y con el matiz de un árbitro permisivo, ni pestañeó. En una jugada colectiva propia de un aspirante al ascenso, una combinación larga y colectiva, cerró el debate, si es que lo hubo en algún momento, con un disparo sin compasión del japonés Gaku. JIM buscó la aguja en el pajar con Petrovic, Borja Sainz y Azón en una alineación de última hora entre suicida y resignada que no produjo nada nuevo en una carrera de sacos sin pies ni cabeza.

JIM definió de antinatura el comportamiento del Real Zaragoza en cuanto a su contraste como local y visitante. Trece jornadas consecutivas sin perder y siete marcando le habían dado lustre a su rebeldía de grupo compacto, muy difícil de abatir. Pero la Romareda se le ha hecho grande en dimensiones psicológicas y tácticas: cuando el enemigo le cede protagonismo y espera el fallo, no interpreta nada bien los encuentros. Si además el visitante es un Leganés con su potente motor recién puesto a punto, el asunto se complica hasta, como en este caso, hacerse imposible de resolver por ninguna de las vías. El equipo de Nafti controló todos los escenarios sin dejar que Asier Riesgo interviniera en un par de ocasiones. Contuvo, mandó y eligió mientras el Real Zaragoza se perdía en un conflicto de identidades, sin qeu nadie asumiera le mínimo liderazgo. Nadie dio la talla ofrecida en Las Palmas. Bermejo volvió a la cara oculta de la luna, Zapater y Eguaras vieron el balón con catalejo y Álvaro Giménez, muy servicial y luchador, quedó aislado entre dos centrales, los González, insuperables. De los que regresaban, Francho, excesivamente tímido cuando se aproxima al área, fue el único que intentó imprimir un poco de cordura, mientras que Nano Mesa bajó a su versión más terrenal y Francés sufrió como nunca de lateral, por momentos descuidado y con rabietas que escenificaron la impotencia general.

Tras el gol del Leganés, en ningún instante se atisbó que el conjunto aragonés sería el de otros días de osadía y soluciones para levantarse. Perdió las bridas de la coherencia y cabalgó desbocado por el campo, codicioso de una fortuna que durante la semana había exhibido ante los micrófonos y que no se ajusta su humilde realidad, a que es un equipo que debe vivir al día sin que por ello tenga que renunciar a nada. Bajo esa lluvia ácida de incapacidad casera y desvinculación grupal, precisamente lo que le había hecho fuerte al menos a domicilio, fue muy pequeño.

 

 

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