Perdonen pero soy más de Iván Azón que de JIM

Siempre me ha interesado más el fútbol de los futbolistas. No es que reste méritos a los entrenadores, cuyas variopintas personalidades, en muchas ocasiones, forjan su fama mucho más cerca de las imprentas y de los micrófonos que del campo. Como en todo, hay grandes excepciones, pero cuando antes o después de un partido son presentados como Spassky y Fischer, me da jaque mate la risa tonta. Los buenos técnicos, como dijo Ernesto Valverde, son los que molestan lo menos posible y rebelan su trabajo en el cuarto oscuro, en el corazón y la cabeza de los jugadores. Perdónenme, ya sé que Juan Ignacio Martínez está de moda porque ha hecho un buen trabajo precisamente en la alcoba del Real Zaragoza, que es donde hacía falta. En cuestiones de estrategia, formación de alineaciones y otros asuntos ha sacado un cinco rascado porque la plantilla no le daba para la licenciatura o porque le ha cogido a contrapié.

Sí, el equipo con él ha hecho un promedio de Champions, y se va a salvar, que era su misión y nada sencilla. Cualquier operación que tome como punto de partida su llegada sin esperar al fin de obra, hoy le eleva a los altares del pragmatismo. Ahora bien en ese cuerda floja sobre la que ha caminado, no pocas veces ha tomado decisiones incomprensibles, algunas muy malas. El vértigo le ha podido y al mismo tiempo ha controlado la precipitación con maniobras que engloban su forma de entender este deporte y las características de sus jugadores, pero los resultados en cuerpo de victorias dejan caer un velo sobre un análisis más templado e inflaman su figura.

Triunfos defensivos, que es lo que correspondía, y reduciendo a la nada un ataque que ya era pobre. Primero Gabriel, luego Alegría, y después El Toro, como queriendo hacer ver que entre el primero y el último el apellido Fernández era una coincidencia. De esa reincidencia en el error le han sacado con sus goles Chavarría, Jair, Vigaray, Peybernes (ganador del primer concurso ‘Quién quiere jugar por Francés‘), Tejero y, atención, Iván Azón. Habrá que piense que todo estaba muy meditado, pero los mismos entrenadores saben que su razón depende en un alto porcentaje de lo irracional, y en este sentido, por fortuna para el Real Zaragoza, JIM ha estado en el lugar exacto de ninguna parte.

Lo que más me gusta de Juan Ignacio Martínez es su vertiente humana. La tranquilidad con que recorre los pasillos de un edificio consumido por las llamas, cómo apaga la histeria con su sencillo extintor de veterano bombero. Pero en los grandes incendios, y este lo es, el humo suele llevar a la desorientación. Le ha ocurrido especialmente con Iván Azón, un delantero por hacer que está más maduro para la titularidad que El Toro, Alegría o Vuckic. Sea cual sea la causa por la que le ha negado aparecer en el once de principio, incluso que se ausentara de los entrenamientos al estilo Mágico González, no encuentra justificación ni bajo el paraguas de los 28 de 48 ni con la peregrina teoría de que el chico es más productivo en los minutos finales.

Iván Azón está por construir y, sin embargo, con el material que atesora no hay atacante mejor urbanizado. Lo que debe de aprender, y regalar, ha de ser en el campo, no desde el banquillo porque además de poseer cualidades no tiene competencia. ¡¡¡28 de 48!!! me pitan los oídos. Aun así, entre los bastidores de la evidencia se representan otras verdades. Yo también soy muy de JIM (El truco de JIM) con sus virtudes y sus defectos, pero más de Azón con toda su fiera ternura, con un futuro zaragocista que para El Toro y Alegría termina el 30 de mayo. Porque en el fútbol, los goles los marcan los futbolistas. Puede que toda esta exposición sea demasiado elemental, un mate pastor entre tanto admirador de Fischer y Spassky aunque no hayan visto un tablero de ajedrez en su vida.

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