Sinfonía de la confusión

Nadie sabe lo que hacer ahora mismo en el Real Zaragoza. Ni los jugadores ni el entrenador, que se han sumergido por completo en la sinfonía de la confusión producto de una crisis en mayúsculas. Se quería creer que lo del Alcorcón fue un accidente, algo pasajero, una bajada de azúcar puntual, pero contra el Real Oviedo el equipo aragonés descendió a los infiernos conceptuales que le hicieron tan vulnerable antes de la era JIM. Bochornoso en cuanto recibió el gol de Rodri, otro fallo por arriba de Cristian, que se ha abonado al caos con su desorientación personal en balones aéreos aunque lleguen desinflados. La ausencia de Francho se notó, sobre todo en el entrenador, que compuso un equipo complicado de digerir y de interpretarse a sí mismo, con dos futbolistas juntos en zonas de responsabilidad que llevaban meses sin la titularidad.

Zapater hizo lo que pudo, muy poco, y Larrazabal nada salvo atropellar a su sombra. A ellos se sumó Bermejo, que dura lo que un amor de verano y arriesga con conducciones infantiles, con la pelota tan pegadita al pie que robársela es un ejercicio simple de lectura. Un Eguaras depresivo por lo que ocurría alrededor, esta vez desprotegido, declaró la más absoluta bancarrota centrocampista, con Vigaray como aislada y tímida opción para profundizar porque Nieto ni llegó al Carlos Tartiere en su desastroso regreso al once. En esa orgía del desbarajuste, a la que el Oviedo asistió sin grandes revoluciones, solo se mantuvo en pie con dignidad Francés. Se perdió el partido, pero lo más grave es que se confirmó el extravío de la solidez que se había alcanzado para competir aunque sea lejos de la portería rival. A un millón de años luz a este paso descompasado.

El Real Zaragoza ya ha dejado de tener problemas con el gol. Ahora es el gol el que los tiene con él. Porque insistir, como hizo JIM, en situar a Narváez pegado a la línea mientras Alegría pernocta en la soledad de un delantero premioso en la velocidad de piernas y de cabeza, es retar gravemente al destino. También cuestiona al técnico, quien ya se obsesionó antes con El Toro y ahora lo hace con el punta extremeño sin otorgar la casaca titular una sola vez a Ivan Azón. Metió al canterano, además de a Grabiel y a Adrián, cuando había anochecido en el encuentro. Juntó a los tres con la misma candidez que hizo hace una semana cuando se le iban de las manos los tres puntos. Entonces reclamó a la caballería también con Vuckic... JIM ha hecho un trabajo encomiable en el diván para mejorar la autoestima del grupo, pero lo está estropeando con decisiones que subrayan que, pese a lo escaso del equipo, cuando el cielo anuncia tormenta se pone a regar el jardín. Así empantanó a sus jugadores, con un mensaje inmovilista en la alineación pese que añadiera piezas, algunas inservibles. Y lo más peligroso: a sus jugadores se les nota que van perdiendo fe en la biblia de bolsillo en la que hasta ahora habían depositado su fe.

El empate en Sabadell, la derrota ante el Alcorcón y la ausencia completa de liderazgos en Oviedo amenazan a un Real Zaragoza que ha recuperado todos los vicios del pasado. Sin Francho, en casa, con Cristian asustado como un principiante, su técnico pasmado frente a la adversidad y en caída libre frente a rivales próximos en la carrera hacia la salvación, el futuro adquiere una tonalidad terrible, con notas de réquiem. ¿Quizás porque Torrecilla y Juan Ignacio fueron complacientes en el mercado de invierno con sus superiores del convento de la austeridad ajena? No hay que pasar por alto es pequeño gran detalle.

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