Torrecilla, JIM y el ‘Sí, bwana’

El encuentro contra el Oviedo ha quedado atrás y sin embargo va a estar sobre la mesa durante toda la semana por sus efectos nocivos, que van mucho más allá del resultado, de la derrota. Porque en el Carlos Tartiere reapareció, para empeorar más, el Real Zaragoza de antes de la llegada de Juan Ignacio Martínez, un entrenador sin trampa ni cartón que consiguió tocar la fibra del vestuario con su naturalidad campechana y su trato paternalista a un grupo huérfano. Fuera de la consulta psicológica y de las cataplasmas caseras, en el campo de batalla, JIM se ha descubierto como un técnico inteligente para explotar lo mejor del equipo, que es muy poco, pero superado frente a cualquier adversidad. Cuando el conjunto aragonés se ha encontrado con un gol en contra, ha reaccionado con simpleza de recursos y una batería de cambios que solo fueron efectivos en Cartagena con el tanto del empate de Iván Azón. Su recurso común consiste en sumar kilos de delantero en ataque para marcar por aplastamiento físico. Las páginas de su misal descubren un color amarillento y trasnochado.

La realidad es que con JIM, el Real Zaragoza ganó partidos y compitió, pero con un fútbol desarrollado en el refugio nuclear, en terreno propio, para salir al exterior en ocasiones generadas por lo general a balón parado. Penaltis, faltas y corners eran el principal alimento de esa propuesta minimalista que ha reducido al máximo goleador, Juanjo Narváez, prácticamente a la nada al desplazarlo del foco ofensivo principal. El Toro Fernández y ahora Álex Alegría han sido elegidos por decreto aun si ver puerta, y el cafetero ha desparecido como realizador salvo desde el punto de penalti. Mientras crecían Jair y Francés en defensa y Francho capitaneaba un centro del campo proyectado desde la hormigonera, el Real Zaragoza acumuló puntos suficientes para pagar la fianza del descenso. El desastre contra el Alcorcón y el caos frente al Oviedo le han dejado de nuevo a punto de ingresar en la celda de los mediocres.

El problema de fondo persiste, maquillado por unos cuantos buenos marcadores: la demencial plantilla que confeccionó Lalo Arantegui continúa ejerciendo en su plenitud. En el Carlos Tartiere, la baja de Francho acentuó las carencias y alentó a JIM a inventarse una alineación con futbolistas que llevaban meses sin aparecer en los créditos como Zapater, Larrazabal e incluso un Nieto irreconocible por acobardado. A esa desfachatez de once inicial se unió la pájara de Cristian, colofón de un error de Francés y de Jair. Los tres pilares del renacimiento, con Francho confinado, se vinieron abajo, rampa por la que el portero argentino se desliza sin la flema y la personalidad que le caracterizaban.

El mensaje conjunto de Miguel Torrecilla y de Juan Ignacio Martínez de que había material suficiente para salvar la categoría cuando el equipo estaba con respiración asistida, sonó a presentación prefabricada a la espera de que ambos consiguieran hacerse notar en el mercado de invierno. Jémez y Poyet no quisieron venir. Víctor Fernández, tampoco. Todos han sido criticados con mayor o menor dureza, pero sus negativas tenían fundamento: la directiva descartó los refuerzos solicitados por los tres profesionales. Entonces llegaron el nuevo director deportivo y el entrenador con el ‘Sí bwana’ en la boca y en el espíritu, confirmado la sumisión con las adquisiciones de Peybernes, Sanabria y Alegría. Los dos primeros apenas han pisado el césped y el atacante chatea con El Toro y Vuckic en el grupo de los singol.

La solución, si la hay, reside en que el técnico aplique no ya charlas amistosas con paseos curativos e individualizados bajo el almendro, sino un poco más de cordura antes y durante los encuentros. Se sometió a la inconsciencia de unos propietarios futbolísticamente ignorantes y se ha quedado solo, también distanciado de un vestuario al que abrigó bien y contó mal un falso cuento de final feliz. La pesadilla, sin embargo, permanece, y empieza a hacer frío en este Real Zaragoza de inconscientes que anteponen sus intereses a los del club.

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