Tutorial del suicido

No tiene el Real Zaragoza fundamento. De otra forma resultaría imposible explicar a alguien que no ha visto el partido que a la media hora dominaba por 0-2, un resultado de escándalo en una categoría donde el gol cotiza a precio de barril de diamantes, y que ha terminado perdiendo. Ni siquiera se admite la coartada de que enfrente estaba el Rayo Vallecano con un presupuesto muy superior. Cuando dispones de acierto, un par de contragolpes muy bien ejecutados y la fortuna de recolectar semejante ventaja, tienes la obligación de administrarla con suficiente criterio e incluso aumentarla. En lugar de seguir esa dirección, el conjunto aragonés grabó en la segunda parte el perfecto tutorial del suicido, donde se recoge con milimétrica pulcritud cómo desperdiciar tres puntos que le hubieran permitido romper con su imagen de viajero sin equipaje y, sobre todo, sumar un segundo triunfo consecutivo con mensaje a salvación.

Un precioso tanto de Narváez y otro en propia meta de Álvaro dibujaron una sonrisa al final falsa en el destino del equipo de JIM, cuyo mejor futbolista fue Zapater hasta que las piernas le dijeron basta. El técnico le puso junto a Eguaras, una sociedad condenada al fracaso a largo plazo, y el capitán hizo su trabajo y el del navarro. En en el momento que el depósito marcó la reserva del aragonés, el Real Zaragoza se caló por completo. El Rayo, que se había acercado en el marcador con una falta directa de de bandera ejecutada por Bebé, puso verticalidad, pero tampoco un fútbol arrollador. Miró a la cara a su rival, le vio blanco como a un muerto, y esperó a que se disparara a sí mismo para dejar de sufrir. La eutanasia vino de un balón mal defendido por el equipo y por Jair para beneficio de Catena y de un error de Vigaray incomprensible, producto sin duda de jugadores de media distancia, capaces de ser el lucero del alba en una acción y una vulgar imitación de sí mismos en otra. El lateral cedió el balón a Cristian con un cabezazo de algodón y Álvaro desenvolvió el regalo con una vaselina ante la salida a la desesperada de Cristian.

Si esto se lo cuentas a alguien, no se lo cree. Necesitas ponerle las imágenes y aun así dudaría de la realidad, que no es otra que la de un Real Zaragoza que pierde el alma a las puertas del cielo. Se veía que el centro del campo respiraba con mucha dificultad y Juan Ignacio Martínez, que en muchas ocasiones sale del paso con natural simpatía y bajo el paraguas de que no hay más cera de la que arde (o de la que no le exigió a su amigo Torrecilla en el mercado invernal), fue incapaz de reparar el derrumbe. Como siempre, en los cambios se lució con la habitual ronda de relevos al tuntún. Un central por allí, dos delanteros más por allá… El lenguaje que ha establecido la pandemia en las sustituciones no lo entiende.

Del 0-2 al 3-2 se transitó sin aspavientos. El Real Zaragoza levantó todas las barreras, abarató sus autopistas hasta la gratuidad y puso su cuerpo en mitad del asfalto en hora punta. Si lo cuentas cuesta comprenderlo. Si lo ves, se viraliza entre los influencers del suicido colectivo.

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