Un amistoso para ganar enemistades

El Real Zaragoza sigue hoy con su calendario de preparación competitiva frente al Elche (21.00, Aragon TV), un equipo de Primera División, cuatro días después de haber sido atendido de heridas graves en la enfermería de La Planilla, el campo del Calahorra. En ese encuentro frente a un conjunto de la Primera RFEF, el marcador no fue de lo menos en un tipo de citas concertadas para el rodaje, que parten del kilómetro cero deportivo sin más exigencia que ir cogiendo la forma y las formas. Ese 2-0 lo cargó el diablo, mostrando que el Real Zaragoza no tiene ni alma que vender, que el maldito, inconcluso y ya casi enfermizo proceso de compraventa hizo que, como el Dorian Gary de Oscar Wilde, viera retratada su desfiguración en todo su esplendor como consecuencia de los pecados capitales de la Fundación.

Nada anima a creer que esta noche vaya a ofrecer una imagen muy distinta a la del debut del martes. Al contrario, podría incluso empeorarla si el conjunto ilicitano impone con autoridad su superior jerarquía en la escala de la competición. Es un amistoso para ganar enemigos, un partido carente de sentido porque además Juan Ignacio Martínez ha tenido que renunciar, de acuerdo con Fran Escrivá,  a dos periodos de 60 minutos a puerta acerrada establecidos como gran novedad en la concentración de San Pedro del Pinatar ya que la falta de fichajes y los problemas físicos en forma de bajas de algún jugador caso de Francés, con una gastroenteritis, y de Carbonell, aún sin recuperar del golpe en el nervio ciático que recibió en Calahorra, reducen al máximo su capacidad de maniobra en ese experimento de largo recorrido. No solo eso: en los dos tiempos tradicionales de 45 minutos va a utilizar a un altísimo porcentaje de futbolistas que no tendrán lugar en las alineaciones de la próxima Liga. Algunos, incluso, ni siquiera en la plantilla que intenta levantar sin materiales Miguel Torrecilla, quien hoy se ha sumado a la expedición en tierras murcianas. Un ensayo donde el conejo de indias es uno mismo en un laberinto sin salida.

Por motivos de causa mayor, la imposibilidad de construir el vestuario mientras no desembarque la nueva propiedad e informe del capital dispuesto para gastar en el equipo, habría que suspender por inútiles y peligrosos estos encuentros que amenazan con tener el efecto contrario al perseguido en un estado de normalidad. Porque ahora mismo el Real Zaragoza juega por jugar, con una personalidad imposible de reconocer y una mezcla de futbolistas que hace irreconocible cualquier plan futuro. Una vez más, lo interesante se concentrará en disfrutar, si es posible, de los minutos de los canteranos, ajenos a las tensiones y propulsados por su ilusión y por su calidad refrescante. A 20 días de que se dé el banderazo de salida del campeonato, el equipo de JIM carece de chasis y de motor mientras los propietarios de la empobrecida escudería permanecen negociando no sabe con quién ni el qué.

En el Pinatar Aranea, el técnico y los jugadores se ponen ante los micrófonos y apenas pueden armar un discurso convincente para sus aficionados. Desheredados de toda información institucional, recurren a los tópicos para salir del paso, quedando expuestos a los silencios de sus superiores, a una situación insana de incertidumbre que impide la adecuada tranquilidad en todo proceso creativo. Un solo fichaje, Fran Gámez, una columna vertebral perteneciente a un pasado reciente nada feliz y un puñado de niños a la intemperie. Más vale que el Elche de Raúl Guti no se tome a la tremenda el partido después de haber aplastado por 6-1 al Atromitos griego y medirse a un Real Zaragoza sin alma, poseído por unos gestores amateurs, egoístas y, lo peor, sin más humo que vender.

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