Una gallina en el gallinero

Cuando parecía que había conseguido huir de sus peores pesadillas, el Real Zaragoza ha regresado a la isla del Dr.Moreau para reconvertirse en una pieza experimental, en un equipo que causa horror con unas alineaciones que confirman no que JIM confía en todos sus futbolistas, sino que desconfía de la mayoría. Juegue contra el Leganés o contra un Amorebieta que sólo tiene un par de balas en el cargador táctico, el conjunto aragonés demostró en Lezama que empieza a acusar la inestabilidad que provoca tanto giro en el once inicial. Las rotaciones tienen sentido en un contexto concreto, cuando el calendario se congestiona de partidos, pero no con una semana de diferencia para prepararlos. El centro del campo es un auténtico caos donde lo mismo aparecen Zapater y Eguaras que Petrovic y Vada, o Igbekeme y Borja Sainz, con Bermejo como injustificable elemento intocable por muy buen encuentro que realizara en Las Palmas. No hay identidad ni líderes, taras que se habían disimulado después de tres triunfos consecutivos. Tampoco un entrenador con ideas firmes salvo la de condicionar sus planes al rival aunque sea el penúltimo y dispute 22 minutos con un futbolista menos.

Se puede aceptar las dificultades que entraña contrarrestar a un equipo tan particular como el Amorebieta, que practica un fútbol donde el balón no es una herramienta con la que disfrutar sino un motivo para salir de caza. Lo inaceptable es empequeñecer las ambiciones y los recursos, vulgarizar la propuesta hasta transformarla en una apología del desorden. Aunque marcó primero Álvaro Giménez aprovechando una vaselina de Vada que dio en el poste tras una salida canalla de Unai, el Real Zaragoza se infligió el castigo del empate con un mal despeje de Jair. El destino, o mejor dicho una coz de Orozko a Vada, le ofreció una inmejorable oportunidad de purgar sus pecados con uno más durante con mucho tiempo por delante.

Pero a Juan Ignacio Martínez se le detuvo el reloj de los cambios en lugar de reaccionar de inmediato en la búsqueda del triunfo, y el Amorebieta, igual de sólido, no sufrió el menor acoso a su portería en defensa de un punto que le suponía un tesoro tras la expulsión de Orozko. El Real Zaragoza, por cobarde, fue una gallina en el gallinero que ha vuelto a ser, un monumento al desbarajuste, un bloque de granito anónimo e impersonal. Sin capacidad grupal ni individual, superado en todos los duelos físicos y las segundas jugadas por los vizcaínos… No existe un adversario tan previsible como el Amorebieta, más aún si va por detrás en el marcador, lo que no duró mucho porque en un centro a la olla Jair despejó hacia la portería. En superioridad numérica, nunca se había visto un Real Zaragoza tan inferior que se pasó toda la segunda parte sin pisar el área. Rozó lo esperpéntico en su mejor ocasión, un lanzamiento de falta en el que Igbekeme se coronó como especialista para disparar sobre la barrera y ganarse una amarilla en el rechace.

Si el empate hubiese llegado por otro camino, puede que hubiera sido aceptado como mal menor. Pero el Real Zaragoza perdió mucho con un resultado que va más allá del marcador. La igualada en Lezama desprestigia y, lo que es peor, devuelve al vestuario a un inquietud que va resultar muy complicada de disimular en los próximos compromisos que cierran la primera vuelta, una pared vertical en la que habría que sumar al menos dos puntos para cumplir con la media de la salvación. Eibar, Almería y Tenerife, los tres primeros si los guipuzcoanos no fallan mañana ante el Girona en Ipurúa, esperan con poca predisposición a regalar nada. El conjunto aragonés tenía que llevarse todo el botín en este desplazamiento para hacer colchón con el abismo en caso de futuros accidentes. Mirar hacia arriba es ahora un ejercicio para no caer más abajo.

 

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