¿Y si la compraventa del Real Zaragoza era un montaje?

El proceso de la compraventa del Real Zaragoza se ha diluido como un terrón de azúcar, con la misma forma que fue presentado a través de filtraciones del propio club. No hay ninguna prueba de que las negociaciones hayan sido un montaje de la Fundación, pero cojan por donde se cojan todos los movimientos, la operación transcurre sigilosamente entre el curso de las sospechas. Se aglutinan demasiados elementos como para pensar en un plan deliberado por la Fundación al completo con el principio cierto de un interés de César Alierta por traspasar el grueso de las acciones a un nuevo propietario que podría no haber existido jamás, al menos como valedor de una capacidad financiera sustancial. ¿El objetivo del supuesto artificio? En primer lugar crear una corriente de intereses que sin duda se han sucedido y que han expirado frente a dos muros insalvables: la falta de activos de la entidad y una deuda inasumible bajo cualquier modelo de negocio que no sea la enrevesada implicación de las instituciones públicas y las cantidades solicitadas y fuera de toda órbita de los miembros de la Fundación por entregar sus títulos (14 millones de euros).

¿Y Spain Football Capital? Esta sociedad formada con 3.000 euros y representada por el abogado barcelonés Kiko Domínguez y los hermanos Álvarez del Campo, de la que misteriosamente ha desaparecido Alejandro en la recta final, tiene un inconfundible sello de anzuelo para conservar el latido de la compraventa. ¿Por qué? Quizás porque bajo esa promesa de lluvia de millones (50 se publicaron) y un futuro de cierta viabilidad sería más sencillo negociar cuestiones de máxima urgencia, entre ellas el nuevo convenio de acreedores que se ha establecido hasta 2030 (cinco años más que los inicialmente se había acordado). Aun dando por cierto que en alguna ocasión haya habido un grupo inversor dispuesto a comprar o próximo a hacerlo, esa batalla difundida entre bastidores entre César Alierta y un Fernando Yarza fascinado porque prosperase el desembarco que en teoría capitaneaba, carece de sentido alguno. El expresidente de Telefónica quería y quiere y salir del club, pero siendo el máximo accionista en ningún momento tiene la necesidad de cruzar sables con la familia Yarza, Forcen e Iribarren, con un 13,46% cada uno. E incluso podría aplastar cualquier tipo de botín con una ampliación de capital o si le hubiese interesado dar carpetazo de forma unilateral con una segunda vía de cuya apertura tampoco hay certezas y que se habría dirigido a él personalmente.

La parafernalia de silencios y secretismos derivó en un reconocimiento progresivo del hipotético fracaso. Fernando Sainz de Varanda y Christian Lapetra hicieron una primera aparición en la Ciudad Deportiva donde reconocieron que la compraventa podría producirse en breve «o no». En posteriores comparecencias, el presidente habló de un acuerdo cerrado «a falta de la firma y los fondos». Era tan ridícula la situación y dejaba en tan mal lugar a la Fundación que cuesta creer que esa aproximación al epílogo fuera improvisada. El comunicado publicado por el club recogía, además de un nada subliminal punto de hastío, lo siguiente sin nombrar a Spain Football Capital: «Las negociaciones avanzaron hasta concretarse la redacción de un contrato que las dos partes aprobaron y acordaron, y de la que no ha llegado la oferta económica vinculante». De inmediato respondió la sociedad de Kiko Domínguez con unos argumentos insostenibles, dándose una semana para presentar una oferta definitiva a Alierta. Ese tiempo ha finalizado sin novedad en el frente.

El único fleco suelto es el porqué de la ralentización de la construcción de la nueva plantilla si la compraventa estaba en punto muerto. Miguel Torrecila manejaba tres escenarios pero en realidad la Fundación solo uno, el más conservador y seguramente el previsto desde hace mucho. Con la excusa de la tardanza en las negociaciones, se conseguiría una justificación frente al mínimo gasto posible en la adquisición de futbolistas sin que la afición se pusiera en pie de guerra. Lo que se ha logrado en este proceso en el que lo único demostrable es la voluntad de Ander Herrera, reconocido por el futbolista del PSG, de entrar en la institución con la aportación de un capital insuficiente según el criterio de los accionistas, es anestesiar y prolongar la agonía económica sin poner un euro más a la espera de un futuro pelotazo o compraventa. Toda esta historia da que pensar en un montaje de estudiadas maniobras sin que haya prueba de ello ni de lo contrario. O que se haya utilizado a partir del momento que se percibe que las acciones no van a cambiar de manos. Seguramente, nadie investigará  la misteriosa desaparición del terrón de azúcar.

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