Cristian, sin trabajo pero goleado en el área pequeña

Las contradicciones se multiplican en el Real Zaragoza para explicar cuál o cuáles son las causas principales de que el conjunto aragonés esté en el fondo de la clasificación, muy cerca de la frontera del descenso después de disputarse siete jornadas contra rivales, salvo el Valladolid, destinados a luchar pro la permanencia. La falta de gol, de definición, en un equipo que produce como casi nadie en ataque ha ocupado el ránking de las explicaciones a este arranque tan distinto del previsto por Miguel Torrecilla y Juan Ignacio Martínez, cuyo mensaje ha sido siempre pelear por estar en la parte alta de la clasificación al final del curso. Las buenas impresiones pese a no ganar y las teoría de que le racha cambiará en cualquier momento han dado paso al presentimiento de que a la plantilla, construida con urgencia y mínima inversión, se le empiezan a ver las costuras. Poco a poco se ha sumado un déficit imprevisto en defensa sin que los rivales apenas intimiden, lo que eleva la inquietud al tratarse de la base nuclear sobre la que se funda cualquier proyecto.

Casi todo se explica, en definitiva, en la calidad medio-baja del grueso de los futbolistas y de unos fichajes que levantan serias sospechas sobre su rendimiento para afrontar grandes empresas. Cristian Álvarez, sin embargo, ha sido calificado temporada tras temporada como el jugador más valioso. Fuera cual fuera el objetivo, a pleno sol o en las tormentas, sus actuaciones ocupaban la primera plana de los partidos con intervenciones de otro mundo. En su primer curso en La Romerada, el del playoff con Natxo González, fue el arquero con más paradas por encuentro (3,5), tan sólo por detrás de Dimitresvki. Un año después ocupó la sexta plaza en este apartado (3). Su ejercicio más tranquilo fue el 2019-2020, décimo guardameta en ese listado de influencia (2,5), para regresar de nuevo a las primeras posiciones el curso anterior (2,8). Duelos épicos en el mano a mano, vuelos magistrales, inteligencia superior para achicar espacios, teatralización magnífica frente a los penaltis… Bien, pues esta campaña se ha quedado sin trabajo. El rosarino, en las seis jornadas en que ha participado es quien menos contacto ha tenido con el balón (1,7) después de Dani Barrio, del Málaga, (1,5).

Esa reducción a la mínima expresión de horas extra no concuerda con los goles que está encajando ni en la forma ni el fondo, y habla peor de sus compañeros de retaguardia que de su rendimiento individual. Cuando ha sido exigido, su respuesta ha sido la correcta con alguna duda de si podría haber hecho más en el choque contra la Real Sociedad B. Los cinco tantos recibidos se han gestado en el área pequeña, es decir en la zona en la que su jerarquía ha de ser absoluta. No obstante, en la derrota ante el Cartagena en casa Fran Gámez atacó la pelota colgada por Gallar sin medir su ímpetu y se la introdujo en propia meta. En Alcorcón le dejaron vendido tras rechazar un disparo de Xisco tras robarle la cartera a Lluís López, balón que aprovechó para adelantar Moyano a los alfareros. Más doloroso fue cómo se produjo el gol del Fuenlabrada en el Fernando Torres, en un córner al primer palo donde Eguaras, Fran Gámez, Narváez, Zapater y Jair hicieron el tancredo para que peinara Zozulia y la empujara Anderson. Cómo se anticipa Magunacelaya, del Sanse, a Lluís López es de traca, y en Lugo Cristian ve la cabeza de Chris Ramos a un palmo de su cara para poner otro encuentro, una vez más, cuesta arriba.

A Cristian Álvarez le llega poco correo pero dentro de cada carta ha habido una bomba que ningún defensa ha sabido cómo desactivar. El misterio es sencillo de desvelar: falta de concentración defensiva en los momentos clave y un altísimo porcentaje de eficacia del enemigo cuando se planta tan cerca del portero.

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