El equipo de la marmota

Es cierto que el Real Zaragoza llega (o llegaba) mucho y dispara (o disparaba) como una metralleta epiléptica. No es menos cierto que domina (o dominaba) los partidos, en muchas ocasiones por el protagonismo regalado de los rivales, que por norma se le ponen por delante en el marcador y le entregan la pelota. En el fondo de esa autoridad sin puntería, de ese gobierno de dictadura previsible con o sin porteros rebeldes enfrente, el Real Zaragoza ha mostrado por lo general mucha más capacidad de lucha que imaginación; bastante más predisposición a buscar la victoria que recursos para hallarla. En Málaga volvió a empatar por sexta ocasión consecutiva, pero esta vez con menos gracia y chispa que nunca. Se repitió en el resultado y bajó varios escalones en el juego, con un entrenador cada vez expuesto a titulares de piñón fijo y reservas a los que  mete con sacacorchos sin detectarse con nitidez quién es quién en el cambio constante de roles. Definitivamente es el equipo marmota, un conjunto cada vez más aburrido y lento que se repite hasta la saciedad y que se obceca en un sistema de un solo delantero y un centro del campo tan superpoblado como huérfano de inventiva y de aportación ofensiva real.

Estaba en un callejón al que se le presumía alguna salida bien por capricho de la fortuna, con goles que tenían que llegar de la forma que fuera por la intensa producción en ataque, bien por esa tenacidad en no dar por perdido los partidos pese a remar en contra casi por afición. En La Rosaleda ocurrió lo primero y también lo segundo, pero con la diferencia sustancial del agotamiento que produce saber que no existen elementos diferenciadores en la plantilla, futbolistas capaces de cambiar el rumbo de los encuentros por sí mismos. Narváez le rescató de la derrota e incluso de la catástrofe cuando se pedía tiempo muerto, cuando el Málaga trituraba a golpes de afilada verticalidad y peligro la banda de Chavarria con Kevin y Víctor Góemez, Una asistencia de Zapater, el único que las ofrece esta temporada, habilitó para que el colombiano ganara un espacio con poco éxito para traducirlo en gol, Pero a Dani Martín se le coló el disparo bajo las piernas mientras intentaba cubrir su palo. Se equilibraba así el tanto inaugural de Brandon Thomas. El callejón, sin embargo, está tapiado: da como mucho para un punto y para esperar que JIM flexibilice un patrón de juego caduco para que no peligre la permanencia en Segunda.

¿Quién puede ganar al Real Zaragoza? En principio todos lo tienen complicado. ¿A quién puede vencer? El nivel de complejidad es el mismo. Conclusión: empate tras empate, un resultado que te da fortaleza y te la quita en la misma medida porque, en definitiva, el resto va sumando triunfos mientras tú persigues una sombra que con el tiempo se convierte en dudas. Los primeros síntomas graves se percibieron ante el Málaga. Sin su acostumbrada lapidación atacante, esta vez con Álvaro Giménez en punta para nada, el equipo aceleró y frenó cuando el partido pedía todo lo contrario, frente a un adversario que sin ser la quintaesencia dispone de futbolistas con un enorme desparpajo. La presencia de Bermejo en el once no ayuda. El técnico insistió en su titularidad y el jugador en su peculiar interpretación e las cosas, que casi nunca se corresponde con esta categoría. Ansiedad en la toma de decisiones, aceleraciones, pérdidas no forzadas. El catálogo reconocible de un equipo vulgar con una medular en la que, salvo Zapater, la ausencia de velocidad en la circulación y de una pizca de fantasía impiden pro completo cualquier posibilidad de sorpresa.

Juan Ignacio Martínez será toduzo, pero entiende esto. En el descanso dejó en el vestuario a Bermejo y a Vada, quien no termina de explotar, y quiso reparar la importante avería con Borja Sainz y Adrián. La profundidad de armario no da para mucho y estos relevos apenas produjeron cambios en el partido aunque el segundo trató de ponerle pausa. Después, lo de siempre. El Real Zaragoza, bien protegido por Jair y Francés, se fue partiendo según se le consumía el oxígeno. Una vez más se ratificó que en el banquillo no hay soluciones determinantes y que JIM no maneja con destreza lo poco que tiene. Igbekeme apareció y desapareció por arte de esa magia sin fuste del nigeriano, sin ningún crédito para confiar en él ni un solo segundo más. La apuesta por Petrovic fue una decisión suicida porque un Zapater al 1% es mejor que la actual versión del serbio. Y lo de otogar, otra vez, un par de minutos a Azón… El mal menor del empate empieza a tener textura de veneno por mucha solidez defensiva con la que se quiere justificarlo.

 

 

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