El fallo de cálculo de Cristian y los errores quirúrgicos de JIM

Puede que todas o muchas de las críticas y las justificaciones sobre la derrota del Real Zaragoza se centren en ese guante enjabonado de Cristian, quien nos tiene malacostumbrados a todo tipo de milagros y regresaba a la titularidad tras superar una lesión. Pues resulta que es mortal el héroe de otras tardes y noches. Salió de caza en un córner y se disparó a sí mismo en un salto desafortunado, acariciando el balón en dirección hacia su portería. Qué más quería el Alcorcón en un duelo de enraizadas atrofias ofensivas que ese regalo para rearmarse dentro de su férreo y serio caparazón, mucho más grueso en este encuentro que la pálida respuesta del conjunto aragonés en la peor versión desde que Juan Ignacio Martínez lo conduce. El entrenador también voló bajo cuando tuvo que tomar decisiones sobre la marcha, algo que se le atraganta en el tiempo, tarde, y en las formas. Se dieron todos los condicionantes para perder y seguir con esa estrecha y peligrosa relación con el peligro cuando, antes de empezar, el Real Zaragoza había pedido pista para despegar hacia zonas más tropicales de la clasificación. Se ha conseguido, a base de trabajo y sesiones de terapia de vestuario, un bloque para competir, pero nadie dijo que para hacerlo con regularidad.

También se escuchará que el Alcorcón le tiene tomada la medida a La Romareda, estadio que ha asaltado por cuarta temporada consecutiva. La anécdota estadística es muy recurrente para llenar minutos de programación, alguna página o charlas futbolísticas, pero se impone el peso del presente, la historia inmediata. Y en ese espacio, el del ahora, el conjunto madrileño estuvo por encima pese a sus limitaciones y a la amenaza de quedarse anclado en el fondo de la categoría. En ese contexto demostró una alta concentración y dominio en la presión, resguardado tras un muro del que salió casi siempre dominador de la pelota, con Nwakali en la dirección y Ojeda turbando con su baile de movimientos a una zaga en la que solo Jair le siguió el paso. Con personalidad y muy poca pegada, se llevó los tres puntos sin que el Real Zaragoza rechistara.

El centro del campo fue un callejón sin iluminación alguna. Las sombras de Eguaras, Francho, Igbekeme y Bermejo adelgazaron como nunca, persiguiendo un pase imposible, a ciegas sin un delantero de verdad. La gravedad de los errores se suele medir por lo que entra por el ojo, y en ese sentido el de Cristian se clavó en el iris. No obstante, que Alegría no haya conseguido generar apenas una ocasión en sus cuatro titularidades y que se le mantenga hasta el final merecería repasar la caja negra para explicar el porqué de ese accidente constante en ataque que últimamente habían evitado Igbekeme, Vigaray, Jair y un par de penaltis de Narváez. A los técnicos también se les mide por su capacidad para rectificar cuando los partidos van a toda máquina, y JIM, cuyo don para curar heridas del alma es incuestionable, no se maneja bien con el bisturí de los relevos. Opera en una sala muy escasa de medicinas con valores reales de curación, pero acabar el encuentro con tres defensas y cuatro delanteros a la deriva (Alegría, Narváez, Azón y Vuckic) le deja en muy mal lugar como cirujano.

Se sabía que en algún momento podría ocurrir esto porque el Real Zaragoza conserva su arquitectura frágil. Sobre ella pero muy bien alicatada en labores de protección y apadrinada por una cierta jerarquía realizadora a balón parado, había sumado triunfos y emitido señales de poder salir como un cohete del puchero del diablo. No es así. A Cristian le dio un aire, pero sus compañeros, los titulares y los que entraron desde el banquillo (otro mal endémico) y su entrenador, tampoco ayudaron a maquillar el fallo del mejor en el peor día de la era JIM.

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