El Real Zaragoza es una tragedia

La noche cayó hace mucho tiempo sobre el Real Zaragoza, hace décadas que nadie que no sea su afición quiere a este club. Por los despachos han desfilado todo tipo de personajes que les ha importado bien poco el crecimiento de la institución o han buscado su propio beneficio y, como consecuencia, han provocado la ruina económica y de valores. Esa noche enfermiza y su colosal oscuridad han extendido sus tentáculos sobre el actual equipo, que es el heredero definitivo de gestiones ignominiosas a conciencia o por inconsciencia. Una plantilla y un entrenador que han entrado en la historia de los records de empates consecutivos en el fútbol profesional instalados en zona de descenso de Segunda División después de dejar escapar la victoria en el minuto 95. Después de todo un encuentro por delante en el marcador, se fue viniendo abajo en el campo y en las decisiones de su técnico hasta que el juvenil Mirandés lo ejecutó por físico y oportunidades. Dirán las crónicas que no fue una derrota. En efecto, es una tragedia que amenaza con ir mucho más lejos esta temporada sin goleadores y sin victorias. Sin tablas suficientes para defender el tanto de Nano Mesa a los pocos segundos de iniciarse el encuentro. El noveno empate seguido se clava en el corazón hasta la empuñadura, pero la ejecución se aproxima mucho a la caída de la guillotina sobre un condenado a muerte.

El equipo da para lo que da después de una planificación lamentable a mitad del bochorno de la compraventa, un episodio humillante como el de progenitor que vende a su hijo por un plato de lentejas. Alierta, Sainz de Varanda, la familia Yarza, Blasco, Forcén, Uguet y Luis Carlos Cuartero, este último autorizado para la masacre deportiva, han grabado sus nombres en el monolito de la vergüenza que se levantó en su día en honor de la calidad de salvadores de este grupo de empresarios. Se quisieron ir sin conseguirlo y mantienen la oferta sobre la mesa de un despacho de abogados. ¿Cómo es posible gobernar un club desde el desprecio? Muy sencillo, abandonándolo a su suerte y demorando pago de deudas como gran mérito financiero. La orfandad de jugadores y técnico se detectó en un verano caótico, con Juan Ignacio Martínez y Miguel Torecilla siendo cómplices de una mentira como un templo, enviando mensajes de máxima ambición a unos seguidores muy sensibilizados tras nueve temporadas en Segunda, perfectos receptores de falsas promesas. Estaban en su papel, pero podían haber sido más discretos, mucho más moderados y contenidos. La supercompetitiva pomada no les deja en muy buen lugar. Los ocho fichajes del director deportivo son un fiasco para luchar por algo más que la permanencia y el técnico resiste gracias al milagro de la salvación mientras se ve superado jornada tras jornada por un grupo de futbolistas muy limitado que cada vez maneja peor.

Frente al Mirandés, de nuevo sin Juanjo Narváez y con la baja de Valentín Vada, autores de seis goles antes del estreno de Nano Mesa, que firmó el noveno, Juan Ignacio Martínez intentó que con la suma de toda la plantilla le salga un equipo para ganar. La revolución en el once de Girona, la nueva apuesta por Petrovic y Adrián o la aparición por sorpresa de Igbekeme persiguen una rotación pero no con el ánimo de una participación e implicación colectiva, sino para conseguir llegar al final de los encuentros con la gasolina suficiente. No fue posible en Montivili ni tampoco ante los burgaleses, en ambos casos pese a tomar ventaja, primero porque la calidad conceptual es baja, segundo porque el físico en un calendario tan apretado no permite a los jugadores trasladar al campo lo que entrenan y tercero y no menos importante porque JIM, ahora mismo, no sabe si va o si viene, con unos cambios desconcertantes que se contradicen con sus fuertes principios defensivos. Stuani en el 87 y Brugué en el 95 retrataron a un conjunto aragonés que sin perder es la perfecta imagen de la derrota. Nadie duda de unos profesionales que se dejan el corazón, pero el fútbol, además de pasión, exige alma, personalidad, consistencia y regularidad en el rendimiento. Torrecilla no fichó ninguna de esas virtudes.

El plan inicial funcionó alimentando por el madrugador gol de Nano Mesa. Una correcta interpretación del control del partido con Petrovic como jefe de operaciones y el propio Mesa de agitador descompusieron al Mirandés, eso sí, sin que su portero Lizoain sufriera lo más mínimo cuando es uno de los guardametas más exigidos del campeonato. Enfrente, Cristián Álvarez empezó un recital que luego aumentaría con intervenciones prodigiosas mientras le fue posible. Algo chirriaba por debajo de un encuentro cómodo, con el marcador sonriente. Pero en la segunda parte saltaron todas las costuras en cuanto Lalo Escobar sacó al revoltoso y veloz Riquelme y Juan Ignacio Martínez quiso rellenar el depósito con una serie de decisiones muy difíciles de comprender. Zapater ocupó plaza de enganche en lugar de Adrián, Lluis López entró en el eje para desplazar a Francés al lateral derecho por indisposición de Gámez y Yanis y Bermejo aparecieron invitados a un escenario de claro combate que no les requería y en el que se sintieron extraños. Petrovic bufaba, Francés bajaba sus prestaciones, Igbekeme estaba doblado y el Mirandés dominaba y disparaba contra un Cristian magnífico. En un córner, en la última jugada, la pelota quedó dividida y en la indecisión zaragocista la cazó el apetito de Brugué, la voracidad de un Mirandés al cien por cien ante un equipo descompuesto, criatura de la tragedia de décadas sintiendo cómo le chupan la sangre todo tipo de vampiros disfrazados de ciudadanos ejemplares.

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