Iván es socio del Real Zaragoza desde hace 21 años, pero vive cada día amaneciendo zaragocista, como si fuera la primera vez, junto a Jesús, Dani, Pedro, Kike, Javi y Edu, formando un equipo que lo ha jugado todo en las últimas dos décadas. Viajes a la gloria de las Copas en La Cartuja y en Montjuïc, y al infierno, los descensos. Siempre con el alma blanquiazul ondeando por las carreteras de España, con el orgullo de los leones sobre la colina del escudo que llevan grabado en su pecho, en sus corazones. Nada es suficiente. Todo es poco y mucho por estar, por vivir, por hacer de cada partido una aventura única y compartida. Durante esta travesía Jesús ha tenido dos hijas (Carmen visitó La Romareda con un año, el día del triplete de Papunashvili) a las que Iván regala los abonos desde que nacieron y Javi, un chico. Eran muy jóvenes y algunos, por el camino, se han cruzado con la paternidad. Con ellos, con sus mosqueteros, Iván se ha batido en mil y una batallas, brindando con la euforia en los éxitos y con lágrimas en los momentos más duros. Todos para uno y uno para todos, para ese Real Zaragoza que colma sus vidas de ilusiones, de un arraigado sentimiento de pertenencia a una patria cuyas fronteras alcanzan más allá de lo futbolístico…. ( )
Momentos especiales son todos. Desde las horas previas a ponerse camino a una ciudad o a La Romareda hasta el regreso a casa con una rosa en la sonrisa o un puñal en el pecho de la desilusión. Cualquier distancia superables en el tiempo y el espacio, con los nervios en el equipaje y la sensación de los grandes descubridores antes de partir hacia un nuevo mundo con desconocidos que, con una cerveza de por medio y una bufanda del Real Zaragoza, son ya parte de la familia. Iván y sus amigos, en ese museo personal que han construido pieza a pieza, emoción a emoción, guardan algunos recuerdos en la vitrina. Sin duda, el encuentro que ocupa muchas de sus conversaciones es el 6-1 de la Copa ante el Real Madrid. Era un 8 de febrero de 2006, la ida de las semifinales de un torneo zaragocista como ninguno en su historia. En el Municipal no cabía un aliento más. Por la competición, el equipo que entrenaba Víctor Muñoz, tuvo que sufrir de lo lindo en las dos primeras eliminatorias, que se superaron por penaltis contra el Alicante y el Xerez. Luego, la competición propuso desniveles mucho más duros. Primero el Atlético y después el Barça de Messi. Los goles de Everthon, Cani, Óscar González y Diego Milito en esos duelos aproximaron la cumbre. ¿Por qué no el Madrid? Por qué sí, se dijeron los mosqueteros.
La noche iluminó a Diego Milito con cuatro goles que sacaron a Iker de sus casillas. Abrazos, incredulidad y la sensación de que el festival del Príncipe no había llegado a su fin. Puestos a cenar caviar, por qué no rematarlo con champán del caro. Con los blancos pálidos, Ewerthon descorchó dos goles magníficos, esplendorosos, que mostraron a los zaragocistas cómo debe ser el cielo. Nada fue igual desde entonces en lo deportivo. Las nubes se posaron en el destino del Real Zaragoza como una maldición quizás por haber sido dioses, una oscuridad en la que aún permanece por la avaricia humana. Pero por esos túneles sin, estrechos callejones y bosques calcinados de glorias, Iván y su grupo de asalto permanecieron al pie del cañón, impertérritos como fieles centuriones, sin pestañear su zaragocismo. Se fueron a Valencia para luchar por la permanencia y su complicidad y fidelidad alcanzaron las cotas más altas al recibir el autobús del equipo llegando al Ciudad de Valencia. Allí fueron parte de una ingente marea de devotos entonando el ‘Sí se puede’ y el himno. Canciones de guerra para un Real Zaragoza que ya había ganado el encuentro frente al Levante antes de bajarse del autocar gracias al combustible de esa afición rendida a la causa. Hubo que repetir, casi calcado, la experiencia en Getafe, también para evitar la pérdida de categoría. Otro reto, otra explosión de zaragocismo con un viaje inolvidable, un triunfo redondo y un regreso que tuvo como premio extraordinario coincidir con los jugadores en una gasolinera. Allí estaban Roberto, Lafita, Hélder Postiga… Allí estaban Iván, Jesús, Dani, Pedro, Kike, Javi y Edu, la verdad del Real Zaragoza, su gente, la que siempre está donde debe, donde les lleva sus corazones de león.