Los salvadores de la patria y el ‘microhomenaje’ al patriota Chaves

El Real Zaragoza de la Fundación recuerda al exsecretario técnico con una placa entregada a su familia, un detalle insuficiente para la altura histórica de quien fue piedra angular de los mejores equipos y de la identidad del club

 

Todos los gobiernos tienen a olvidar o recordar con mala gana a quienes les situaron en el poder. En el Real Zaragoza fue un mal endémico que se ha ido acentuando bajo la excusa de la reconversión de los clubes en empresas, escenario que concede a la propiedad el derecho de hacer perdurar o no la memoria de sus trabajadores. Ignoran los gestores sin embargo que el fútbol posee un tejido singular que engarza directamente con el sentimiento de pertenencia. Efectivamente es una herencia del pasado, pero un legado de necesario regadío diario, tan importante como cuidar del sembrado financiero. Un padre no puede transmitir a su hijo que sea de tal o cual banco, de este o aquel gran almacén o de uno u otro restaurante de comida rápida. Por contra, y quizás sin pretenderlo, a través del conducto de lo pasional más que del didáctico sí logra en numerosas ocasiones que el chico se enamore del equipo de su ciudad. ¿Por qué? Por lo general porque la historia de ese club late viva más allá de las fronteras del éxito o del fracaso, concretamente en la patria de los asuntos tan irracionales como vitales.

El Real Zaragoza, olimpo de la mitología en sus gentes y sus vitrinas, no suele cuidar de sus viejas glorias. Muy pocas veces ha devuelto a futbolistas, directivos o empleados ilustres la porción de cariño y atención que se merecían. Y no hablamos de profesionales talentosos que hayan tenido un paso fugaz, sino a personajes sin cuya fidelidad a largo plazo sería incomprensible la grandeza social de esta institución, sin duda la más querida de Aragón. El abandono de los veteranos es un claro ejemplo, y no quiero extenderme en estrellas de todos los tiempos que aún no han sido reconocidas como merecían o tratadas al menos con el cariño correspondiente a su valor representativo. Por contextualizar puedo centrarme en la figura legendaria de Carlos Lapetra, cuyo nombre fue fusionado con el Trofeo Ciudad Zaragoza para vergüenza general, ya que el torneo rebajó a partir de ese instante su cartel hasta convertirlo en un auténtica pachanga fuera de fechas. Su hijo, el ahora presidente Christian Lapetra, sabe bien de lo que hablo porque envió una enérgica carta a la prensa para quejarse de esa situación ignominiosa.

El pasado 10 de enero, Avelino Chaves Couto falleció a los 89 años. Muchos zaragocistas de nuevo cuño siquiera lo conocieron. Hoy su familia, que me consta que se siente agradecida al Real Zaragoza por la delicadeza de cómo les han tratado durante estos días de dolor, ha recibido una placa conmemorativa y una fotografía junto a Xavi Aguado, Víctor Fernández, Pedro Herrera y Christian Lapetra. Entiendo ese valoración positiva e íntima de sus más allegados, sus cuatro hijos, que bastante tienen con amortiguar su pena y que se expresan con sinceridad frente a todos los detalles de ternura que les van llegado con distintas manifestaciones de condolencia. No obstante, la Fundación 2032 ha dejado escapar un tren con una mercancía de elevada sensibilidad para el resto del universo zaragocista, tan huérfana de rostros reconocibles y de alegrías deportivas, y ha vuelto a demostrar que en su condición de salvador de la patria, posición en la que tanto le gusta regodearse, carece del tacto de premiar con mucho más interés y menos clandestinidad a patriotas auténticos como lo será siempre Avelino Chaves.

Desconozco si es por falta de imaginación, de ganas, de torpeza o del desconocimiento del verdadero alcance de Chaves como patrimonio en sí mismo y como generador de riquezas para el Real Zaragoza durante más de tres décadas ejerciendo de secretario técnico, en realidad de jardinero fiel de una época dorada de futbolistas, técnicos, títulos y notoriedad internacional. Era el momento de colocar la primera piedra detallista quien sabe si con una estatua; con una Ciudad Deportiva o uno de sus campos bautizados con su nombre; con esa misma placa incrustada en una puerta principal de La Romareda o aplicada a un asiento vacío, el suyo para siempre, en el palco de autoridades… No fue un funcionario más, sino un tipo genial para descubrir joyas, embajador intachable por discreto y educado. Un zaragocista entre el alfa y la omega.

Porque señores, ninguna patria resiste ni avanza sin la historia de sus patriotas a la vista de todos, todos los días.

 

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