Pata negra en un partido atocinado

El Real Zaragoza vence con aburrimiento desde el punto de penalti y se refugia en su mejor argumento, una defensa uniforme y potente

 

Las victorias, en el estado que atraviesa el Real Zaragoza, son pata negra aunque por dentro todo sea tocino. Había que ganar y se ganó, lo que permite al conjunto aragonés sacar de momento la cabeza de la caldera de la categoría. Tres puntos más que se suman y se restan al camino para asegurar la permanencia. No hizo gran cosa, pero un poco más que la Ponferradina, suficiente durante un encuentro que prometía al principio una noche por lo menos movida y que se estancó en un pantano imposible para la navegación. El conjunto aragonés ha mutado, para bien, a ser un bloque uniforme en defensa, donde todos sus integrantes zanjan los peligros con una buena colocación y la contundencia de un golpe de bate de béisbol en la mandíbula. No puede aspirar a más porque en ataque es del todo superficial y quizás ni deba, para estar centrado en lo que mejor sabe hacer. El debut de Alegría en la titularidad descubrió al cien por cien que fuera del área es una sombra, y cuando la tuvo dentro le pegó con la canilla solo ante Caro. En esa penitente y vacía labor le acompañó Bermejo, quien cuando el bosque está poblado de árboles se pone a trazar diagonales incomprensibles. Pero como en esta categoría sin categoría alguna lo que prima es el error, una mano de Yac puso el trabajo fácil al VAR y permitió a Narváez marcar desde el punto de penalti. Se abría un abismo en el partido con un gol que el conjunto de Bolo encajó como un balazo en el pecho.

JIM se puso, animador, a hacer cambios posicionales de complicada traducción. Igbekeme entró por Zanimacchia y desplazó a Bermejo al costado derecho, con lo que el nigeriano estuvo media segunda parte buscando setas y su compañero anclado en una posición en la que es un traje a rayas entre barrotes. Francho, a poco que se persone en el encuadre de la fotografía, es la gran esperanza blanca. Por su descaro y personalidad, cada vez más creciente, el Real Zaragoza halló algo de sentido a un fútbol áspero, impreciso y dependiente por completo de Narváez para que algo pase más allá de la medular. Pérdidas, aceleraciones y pases sin ton ni son dieron una oportunidad a la Ponferradina y sobre todo a Yuri, que en tres acciones personales desató las angustias locales. El conjunto aragonés se volcó en la resistencia, y allí sé estuvo por lo menos muy aplicado, con su rival imposibilitado para asfaltar algo por el centro y por las orillas. Francés y Jair, con el portugués cazando todo objeto volador, sellaron con autoridad los conductos de acceso hacia Cristian. Vigaray y Chavarría se unieron a la misión destructiva sin miramiento alguno y el conjunto del Bierzo entró de lleno en la depresión, queriendo sin saber cómo.

Juan Ignacio Martínez siguió con us particular lectura de los acontecimientos y puso al Toro junto a Alegría, dos columnas jónicas. Por lo menos Igbekeme se reencontró en mitad del desbarajuste y aportó mucho en la retención del balón. Con Adrián, el técnico quiso recuperar el orden natural de las cosas, pero el cambio de Peybernes por Francés trajo de nuevo la incertidumbre. Un central alto, pero en frío. Un relevo bastante suicida… Como lo importante es la victoria, pata negra. Pero más vale que en el futuro el equipo aligere tanto tocino. Y que haya un juicio popular para que Iván Azón adelante de una vez a el Toro, por justicia poética y porque el canterano ni nadie se merece ese castigo.