Manolo, la vida con el Real Zaragoza

Este aragonés de pura cepa,  de 75 años, estuvo en el campo de Torrero y vio fraguarse en La Romareda un equipo que se hizo leyenda con plantillas magníficas

 

Si le pusiesen a defender la puerta del Carmen bajo fuego francés, Manolo lo haría envuelto en una bufanda del Real Zaragoza y respondería con balas blanquiazules. Ahora, a sus 75 años, y cuando se sumó a las filas sentimentales del club de la mano de su padre. Porque no solo es un aficionado, es mucho más. Un biógrafo cualificado de una institución que siente como su hogar, con quien lo ha compartido todo desde que ambos se encontraran en Torrero cuando el campo consumía sus últimos latidos. Lasheras, Alustiza, Torres, Ucelay o el recién fallecido Avelino Chaves el año que fue Pichichi de Segunda. Allí estaba él, orgulloso, embutido entre las gradas cortas pero intensas del viejo estadio, ya agonizante su estructura. Así que en cuanto inauguraron La Romareda el 8 de septiembre de 1957, le hicieron socio de la grada popular, aunque se sentaba junto a su padre en tribuna. Aquello era un templo, y no tardó en enrolarse en una magnífica aventura según llegaban a la plantilla Yarza, Reija, Marcelino, Duca, Lapetra, a quien juró admiración eterna hasta que un día, 13 años después, se presentó Nino Arrúa y aparcó un poco sus preferencias. Nunca había visto ni volverá a ver un futbolista como el paraguayo, un 10 como Dios manda, un volante ofensivo con carácter y mucho gol, líder de los Zaraguayos y estrella mundial. Dos Copas, una Copa de Ferias… Canario, Santos, Villa, Marcelino y Lapetra recitaban todos los niños de Zaragoza por sus calles… Un subcampeonato de Liga precisamente con Arrúa. La Copa del Rey contra el Barça con el gol de Rubén Sosa; las ganadas al Celta en dos ocasiones en el Manzanares y en La Cartuja; la última borrando al Madrid de su Galaxia en Montuïc, la montaña mágica. Y, claro, la Recopa del 95. Sus vitrinas personales también iban sumando trofeos aún más valiosos: sus hijos Quique, Chorche y Anchel. En 2012, este aragonés de pura cepa se quedó viudo después de 40 años de matrimonio. Aún le consuela el Real Zaragoza, pero sobre todo su nieta Laura, a la que adora. Tiene 10 años, aproximadamente los mismos que cuando él se ponía de puntillas en Torrero para observar el nacimiento de un equipo que le hizo feliz y que, pese a los disgustos de la última década, defiende a cañonazos porque es su patria.

 

 

 

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