Qué despreciables somos con la Copa

El próximo 17 de marzo se cumplirán 18 años de la última Copa ganada por el Real Zaragoza, el torneo que comienza mañana para un club que inscribió su leyenda en seis ocasiones sobre el resplandeciente metal del trofeo. Una generación completa de aficionados y socios sólo ha podido compartir ese orgullo a través de las imágenes relatadas por los testigos y por los vídeos que certifican esa gloria. No sé lo que sentirán al escuchar desde diferentes foros de opinión que es una competición que molesta, pero me imagino que en todos aquellos que tuvieron la fortuna de vivir algunos o todos esos episodios emocionantes y cautivadores, ese desprecio tiene que causarles un especial dolor.

Mañana en La Palma, contra el Mensajero, se prevé que la alineación esté formada por un buen puñado de reservas, al igual que ha ocurrido en la mayoría de las ediciones desde la última final de 2006 contra el Espanyol. La indeferencia hacia la Copa tiene una coartada perfecta sobre todo desde hace nueve temporadas, desde el descenso más duradero y humillante. Los argumentos para desplazarla a favor de la Liga y la lucha por regresar a la élite son presentados como justificante innegociable de la que todos alguna vez hemos participado. Cómo arriesgar con futbolistas cargados de minutos bajo el riesgo de una lesión; qué mejor escenario para que los menos habituales reclamen un mayor protagonismo; hay que administrar esfuerzos porque superar eliminatorias no compensa ni económica ni deportivamente.

Mientras eso no sucede, el ascenso, cuando llega la Copa se la observa con incomodidad, como la conciencia que viene de fastidiosa visita para susurrarte que ese desprecio es despreciable en sí mismo. Que las personas que ahora dirigen el destino del Real Zaragoza se muestren siempre tan sensatas con el deshonor, es una falta de respeto a la historia de la institución y a la gente que en 89 años ha sido protagonista principal y ejemplar en cada una de sus páginas. Cada vez que aparece el torneo, no debería ni plantearse utilizar a los mejores futbolistas como homenaje, como reconocimiento vivo y latente de la trascendencia que tuvo y tendrá la Copa que con tanta dignidad y nobleza se muestra en el museo. A riesgo de una contractura, un tobillo maltrecho, algunos calambres o el agotamiento de un partido más de por medio. Qué ya vale de estupideces y, lo que es peor, de aceptarlas como condicionante de un futuro rendimiento a la baja.

Yarza, Reija, Santamaría, Pepín, Santos, Pais, Isasi, Lapetra, Duca, Marcelino y Canario, una formación titular en la que solo faltaban Cortizo y Villa, compusieron el once que se enfrentó en la primera eliminatoria de 1964 al Mallorca en una travesía que acabaría con el primero trofeo conquistado frente al Atlético de Madrid. Ya, que era otra época. Por su puesto, la que deberíamos poner de modelo cada temporada para dar lo mejor, como un ritual festivo al que convocar a toda la familia zaragocista hasta donde sea posible llegar, más que nada a quienes nacieron hace 18 años con el gol de Luciano Galletti al Real Madrid en Montjuïc.

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